“Querido amigo: Gracias por su carta. Me ha sorprendido gratamente el ingenio y la gracia que destilan sus versos. Y la facilidad que trasciende. Es usted un trovero de calidad. Ahora ya sabe uno de donde le viene la vocación literaria a Luismi…”.

Pocas letras bastan para adivinar el cariño, la cercanía y el respeto con el que una pluma universal como la de Miguel Delibes se dirige a un sencillo agricultor de la campiña zamorana. Wenefrido de Dios, Uve para todos o W. como simplificaba el escritor vallisoletano en sus cartas, cultivó un fecundo intercambio epistolar con el novelista que hoy renueva todo el interés cuando se cumplen cien años del nacimiento de Miguel Delibes.

La correspondencia, en su mayoría manuscrita excepto la de los últimos años que el novelista complementa con la máquina de escribir, corrobora su aprecio y admiración por las gentes sencillas, esos hombres de campo trabajadores y sabios que tan certeramente proyectó Delibes en sus obras.

Cartas entre un agricultor de Guarrate y Miguel Delibes. José Luis Fernández

Uve de Dios bien podría haber sido uno de esos personajes del ambiente rural castellano que se hicieron universales gracias a la pluma delibesiana. Pero a diferencia del señor Cayo, este labrador de Guarrate era real y Delibes quiso beber de su sabiduría para documentar un artículo periodístico, en el año 1985, cuando la agricultura se jugaba su futuro con un “tema tan peliagudo” como la entrada en el escenario europeo. Tras el primer encuentro ocurrió lo natural, la relación continuó a través de una fluida correspondencia que el periodista Luis Miguel de Dios, hijo de Uve y amigo de Delibes, conserva como un preciado tesorillo.

“La relación con mi padre empezó porque a Delibes le habían pedido un artículo sobre la entrada de España en el Mercado Común y quería documentarse para ver cómo lo veían los agricultores. Me dijo, no conozco a nadie que reúna las condiciones que yo quiero. Entonces le hablé de la cuadrilla de mi padre, todos labradores bien formados, que les gustaba leer el periódico y demás. Pero me dijo, sabes que los barullos me gustan poco, prefiero solo con tu padre”.

Cartas entre un agricultor de Guarrate y Miguel Delibes. José Luis Fernández

Y fue así como el narrador se presentó en Guarrate. “Vino a buscarme al campo acompañado de mi mujer. Estábamos quitando hierba a la remolacha cuando aparece un cochazo grandón”, describe el anciano. “Él venía más interesado por el cultivo del pepinillo, se lo estuve enseñando en un par de huertas y estaba muy pendiente de lo que le contaba”. Así lo relataría después el periodista, con su empatía hacia el mundo rural y su distinguida autenticidad. “El cultivo del pepinillo es un trabajo muy duro, no crea, muy esclavo; no deja usted en él solo los riñones, sino también los ojos, porque el secreto del pepinillo está en no dejarle crecer...”, le contó el entonces activo labrador a Delibes a pie de tierra.

“Era un hombre muy afable, así como yo. En una de las cartas le ponía: cazador pertinente, de rastrojo y matorral/ el de santos inocentes, el de pluma universal”, recita Uve de Dios con admirable clarividencia a sus casi 95 años, que cumplirá el 3 de noviembre.

Era un hombre muy afable, veía que la distancia con nosotros en cuanto a cultura era enorme, pero se ponía a la altura nuestra

Las enseñanzas del labrador de La Guareña dieron origen a un capítulo de su libro “Castilla habla”, un retrato sencillo, sin rodeos, sobre los pueblos castellanos escrito dentro de la serie de artículos periodísticos titulada “La vuelta a mi mundo en 80 folios”. El artículo lo reproduciría años después el semanario francés Le Nouvel Observateur con motivo de un monográfico sobre la España del 92.

Delibes agradeció a su respetado labrador la colaboración y así se lo expresó en una carta donde también le adjuntó el artículo “en el que tan amablemente colaboró usted. Espero que no le moleste la cariñosa alusión a su nombre, tan insólito en Castilla” apuntaba en referencia a ese llamativo Wenefrido con el que fue bautizado.

El agricultor le respondió como mejor sabía, con un relato en verso digno de su elogio y admiración. Era el 23 de septiembre de 1985 y la carta escrita en Guarrate decía así: “Mi querido don Miguel: Le agradezco de verdad/ que a mi nombre (raro él)/ le diera notoriedad/ en el artículo aquel/. ¿Por qué parecerme mal/ si por cosas del destino/ estaba en el santoral? Del equívoco fatal/ hasta perdoné al padrino. Me trata de inteligente/ Amable usted, ¿desde cuando/ (con sesenta años currando)/ puede ser lista la gente/ que se la gana eshierbando? Cuando a usted lo conocí/ (que fue un honor para mí)/ yo salía arriñonado/. El que es listo no está así/ se lo gana levantado. En cuanto a colaborar…/ De lo hecho entre los dos/ el mérito fue de vos./ Ya sabe puede mandar/ a este amigo, We de Dios.

Cartas entre un agricultor de Guarrate y Miguel Delibes. José Luis Fernández

Posdata. Juzgué mucho atrevimiento/ contestarle a usted en prosa/ Según domina la cosa,/ le haría gracia el invento./ Un saludo de mi esposa”.

A buen seguro que el cartero nunca olvidó la maestría del labriego con el sobre repleto de letras para poner la dirección en verso. “Cartero: Lleva el sobre que recibes/ hasta el Pisuerga, a su vera/ en la ciudad piñonera/ busca a Don Miguel Delibes. Sí. El cazador pertinente/ de rastrojo y matorral,/ el de santos inocentes,/ el de pluma universal. Y tras un viaje feliz/ demuestra tu lucidez/ hallando en Valladolid/ calle 2 de mayo, 10”.

Delibes gustaba de responder a toda la correspondencia. “Le felicito”. A la vez que elogiaba el “ingenio y la gracia” que destilaban los versos del “trovero”. En las cartas solía comentar algún tema agrario. “Habrá visto que el ministro empieza a ocuparse de los vinos de Toro. ¿Será por su espolazo?”, le confiaba el escritor a su amigo.

“Recuerdo de él nada más que era un hombre amable, veía que la distancia con nosotros en cuanto a cultura era enorme, pero se ponía a la altura nuestra. A mí me llamaba inteligente, ya ves”, evoca el anciano. Solo tal empatía podía llevarle al atrevimiento de escribir una carta en verso que, como todas las que envió al novelista, tuvo cumplida respuesta. “Nunca falló”.

Desde aquel encuentro en Guarrate, Uve de Dios siguió muy de cerca la trayectoria de Miguel Delibes y nunca dejó de felicitarle por cada una de sus distinciones y éxitos literarios. Ocurrió con el Premio Cervantes en la carta remitida el 2 de diciembre de 1993. “Le mandé una tarjetita donde ponía: “Que a Castilla haya llegado/ el Cervantes da alegría./ Hoy se duplica la mía/ por ser usted el premiado” relata de memoria.

Que a Castilla haya llegado/ el Cervantes da alegría. / Hoy se duplica la mía, por ser usted el premiado

Fiel a su costumbre, el narrador le contestó con un tarjetón (mitad a mano, mitad a máquina) el 15 de diciembre de 1993. “Estimado amigo: muchas gracias por su recuerdo... Me alegra la competencia y el prestigio de Luismi. Se le valora mucho en el periodismo nacional” relataba Miguel Delibes.

¿Le hacía ilusión recibir esas cartas?. “Hombre claro, yo no le daba mucha importancia pero ahora veo que la tenía porque era un hombre muy ilustre. Yo en la agricultura estuve desde niño y, hombre, estás regular de puesto, pero no para tanto”. Por aquellos años 80, Uve de Dios desconocía el alcance de la obra de aquel paisano, recto y auténtico, que con tanto interés le escuchaba. “Casi ni sabíamos aquí en el pueblo quién era, pero el campo lo dominaba mucho”.

Cartas entre un agricultor de Guarrate y Miguel Delibes.

Delibes debió de pensar que no tanto como un aldeano curtido en la tierra “desde que mi madre estaba embarazada”. Con un padre enfermo y el mayor de seis hermanos se entiende que siendo un niño ya se pusiera a las mulas. “Recuerdo que con 12 años me dejó mi padre a arar con los de Fuentelapeña y cuando vino el guarda dice: ¡pero no matan a tu padre, majo!. Era un crío. Cómo sería que cuando acababa de labrar una tierra tenía que esperar a que viniera el criado que tenía mi padre para echarme el arado y poder volver a casa”.

La agricultura fue la ocupación de Wenefrido –“no había otra cosa”–, sin descuidar un gusto por la lectura que le inculcó su madre, hija de maestro. “En casa había libros y yo me los llevaba al campo. Siempre me gustó leer y escribir en verso”. ¿Por qué en verso?, “me salía así y creo yo que no quedaba mal”, sonríe. Su esmerada pluma ha quedado inmortalizada en las décimas y quintillas que durante años han dado vida a las relaciones al gallo en Guarrate.

Yo no le daba mucha importancia a las cartas, pero ahora veo que la tenía porque era un hombre muy ilustre

Una tradición bien conocida por Delibes porque esas historias como la caza de ratas de agua, los vinos de Toro o el cultivo del pepinillo encontraron eco en el narrador vallisoletano. “Rara vez se da y dará una simbiosis tal entre un escritor y su tierra como ocurre con Delibes y Castilla”, ha escrito Luis Miguel hijo, quien también cultiva esa querencia por la vida rural. Tuvo maestro en casa y en el oficio. Su padre y “don Miguel”.

“No me salía llamarle de otra manera” confiesa, desde que siendo un periodista en prácticas, en el año 1973, lo conoció en El Norte de Castilla. “Me tembló todo cuando apareció en la puerta de la redacción un hombre alto, delgado y serio que dio las buenas tardes con una voz grave y serena. Al momento se metió en un cuarto cercano, lo que aproveché para soltar un “¡Es Delibes! como si hubiera visto un extraterrestre”.

Apenas pasaron unos días cuando, sabedor el maestro de que aquel aprendiz de periodista era de pueblo e hijo de agricultor, que además había cazado ratas y gustaba de todo lo rural, entraron en animada conversación. Y de ahí vino lo demás. Guarrate y la amistad con Uve. A Delibes la apasionaban aquellos “señores Cayo”.

Cartas entre un agricultor de Guarrate y Miguel Delibes.

Cartas entre un agricultor de Guarrate y Miguel Delibes.