A sus 101 años, Josefa Martín Aparicio está a punto de lograr la inmunidad frente al COVID 19. Como ella, la totalidad de ancianos y trabajadores de la Residencia San Juan Bautista de Ferreras de Abajo, donde ya se ha cumplido el proceso de vacunación contra el coronavirus con la segunda dosis. Josefa es una de los cinco centenarios de una residencia con 72 plazas donde el pasado jueves todos fueron inyectados y a día de hoy, en general, los ancianos se encuentran bien. Incluso mejor que los trabajadores, algunos con molestias que sin embargo no han impedido continuar el cuidado y atención a los residentes en este centro de la comarca de Tábara donde han ganado la batalla al virus manteniéndose limpios durante toda la pandemia.

Nacida en Moreruela de Tábara el 19 de septiembre de 1919, Josefa Martín encara los 102 años con buena salud. “De momento me encuentro bien, gracias” cuenta al otro lado del teléfono en una conversación no exenta de dificultades debido a su pronunciada sordera. Es el punto débil de esta jovial anciana que si algo está llevando mal en esta pandemia son las mascarillas con las que trabaja el personal que dificultan sobremanera la conversación. “Pepa tiene audífono pero ahora no le va muy bien y encima ella estaba muy acostumbrada a leer los labios, pero con las mascarillas nada. Las personas con problemas de audición lo están pasando faltal” explica Estela Nistal, gerente de la residencia San Juan Bautista. “La pregunta más insistente es, ¿y cuándo se acaba esto?”.

La llegada de la vacuna ha sido un alivio para los centros de mayores, golpeados con virulencia sobre todo los primeros meses de la pandemia. No es el caso de esta residencia, pero no por ello se empieza a respirar con cierta tranquilidad después de meses muy duros.

“Ya es la segunda vacuna y no me ha dado ninguna cosa rara así que, qué más puedo pedir. No puedo reclamar otra vida mejor porque estoy muy bien, no me falta de nada, estoy contenta”. Josefa, viuda y sin hijos, tiene a dos sobrinos como familia más directa, pero viven fuera de Zamora. Por eso la Residencia es desde hace casi siete años su hogar y su vida, y de la boca de esta anciana no salen más que palabras de complacencia. “Estos señores son los que me están amparando”.

Un problema pulmonar que le obligó a llevar oxígeno durante un tiempo y aceleró la entrada de Josefa en la residencia. Dejó su casa y su pueblo de Moreruela, pero se adaptó a una nueva vida y ya se siente como una vecina más de Ferreras de Abajo. Con su siglo de vida esta anciana hace gala de una autonomía que le permite desplazarse y vestirse sola. “Gracias a Dios no doy molestia ninguna; ahora, vete a saber la terminación cómo será”.

La pandemia no está siendo fácil. El virus ha cerrado a cal y canto estos centros para proteger al máximo a sus vulnerables inquilinos y eso se ha traducido en que Josefa, como otros compañeros, ha dejado de salir a dar paseos sus paseos por el pueblo. Salía mañana y tarde, y no faltaba a la misa de los domingos en la iglesia. Otros residentes del propio Ferreras de Abajo visitaban sus casas, abrían ventanas o se iban a jugar la partida al bar. Todo eso se acabó. “Aquí quietos” concede Josefa con una resignación admirable. “Al menos tenemos muchos metros de jardín para pasear, pero no es lo mismo” reconoce Estela Nistal.

“Intentamos que estén lo más alegres posible dentro de la situación porque echan de menos muchas cosas, sobre todo el contacto con la familia o salir a dar un paseo; tenemos gente muy independiente y desde hace una década se nota que hay personas más jóvenes” cuenta la gerente del centro. Tanto ha bajado la media que si antes eran de más de noventa años, ahora no llega a los 80. Muchos del propio pueblo de Ferreras de Abajo o del entorno.

Entre esa pequeña gran comunidad, cinco centenarios, el mayor con 105 primaveras que, como Josefa, ya tiene su segunda vacuna como una bocanada de aire fresco en el injusto abismo al que está llevando la pandemia. “Yo no deseaba llegar a tanto porque ya son ciento uno y voy con el dos, pero qué le vamos a hacer. Quisiera tener la vida corta pero será lo que Dios quiera” cuenta Josefa ya acariciando la inmunidad.

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