Nacimientos y árboles de navidad aderezados con guirnaldas y luces multicolores. Mucho antes de que el Salto de Ricobayo hiciera el milagro de la luz en Aliste, las pascuas de invierno ya tenían su adornos, auténticos y de pura sangre, que cautivaban y enamoraban a los cincos sentidos desde el 11 de noviembre hasta el 3 de febrero.

La cocina típica alistana era la protagonista de la vida de las familias, con su "morillo" de cantería de Fornillos y su "calderizo" donde las "Llares" pendían de la chimenea para colgar en ellas la caldera de cobre y el pote sobre la lumbre, con sus candiles de lucerina y su "cantarera" de cántaros y barrilas de Moveros con su fresca agua. Techo sobradero de tablas negrillo y machones de fresno con sus escarpias hechas a golpe de martillo sobre yunque por el herrero.

Entre el 11 de noviembre y hasta de 3 de febrero tenían lugar la matanzas caseras aprovechando las gélidas noches y las heladas madrugadas.Tiempo de adornos caseros que alegran la vista y saben a gloria, bajo los cuales se cantaban los villancicos y el abuelo contaba cuentos a sus nietos.

Las principales protagonistas son las longanizas: el primer paso pasa por ir al río a cortar una joven planta de aliso que se "escasca" y se deja secar. A parte de ser el árbol más abundante, es el elegido pues una vez seco apenas pesa y lo que se trata es de aligerar de peso al "sobrao" que durante tres meses ha de aguantar una pesada y a la vez exquisita carga. El palo ya convertido en recto varal se cuelga de las escarpias y de él los rojos chorizos para su curado. El mismo sistema se utiliza para los lomos, morcillas, botillos, jamones y espaldas (paletilla y tocino), los más pesados colgados directamente de las escarpias de los "machones".

Es así como el "sobrao" desaparece sobre un "cielo" donde los adornos más alistanos y más navideños se reivindican como los grandes protagonistas de la vida familiar alistana: antaño como fuente alimenticia para las cuatro estaciones del año.

El ambiente navideño e invernizo de la cocina se caldeaba con la lumbre que pone su imprescindible efecto especial para la cura de la matanza con el humo.Un piorno o una carqueisa para encender y unas jaras verdes eran y son suficientes para dar origen a una humareda natural. Así adquirían los "adornos" unos colores y unos sabores dignos del mejor portal de Belén.

Pasados los tiempos de villancicos, las longanizas se guardaba en grandes vasijas de barro a su vez rellenas de trigo, a la espera de ser la vianda imprescindible del campesino en las faenas agrícolas de la siembra, la siega, la trilla, la sementera y, cómo no, compañera de viaje de pastores y zagales, vaqueros y reveceros en su pastoreo extensivo sedentario y trashumante. Fácil de preparar y de comer fría o asada.

El lomo curado era el manjar más preciado y se reservaba para recobrar energías cuando la salud era vencida por la enfermedad, para la cena de consuegros -pedida de mano por novio, padre y padrino- tras "acordar" el matrimonio entre los hijos, y un manjar que se dejaba en la Noche de Difuntos sobre la mesa de la cocina de la casa para que las almas en vela del Purgatorio, al volver a su morada terrenal, viesen que para ellos siempre hubo en la casa que suya fue, comida, recuerdos y oraciones. La Navidad en Aliste fue siempre tiempo de adornos que alegraban la vida a niños y mayores con colores y sabores a gloria.