La rotura de la presa de Vega de Tera, en plena noche del 9 de enero de 1959, es uno de los negros episodios achacables a los hombres de un sector aclamado y bendecido a mediados del siglo XX: el hidroeléctrico, autorizado por el Estado para ocupar terrenos y construir complejos donde quiera que corriera o fuera embalsable el agua.

Al provocar el desventramiento de la presa una mayúscula tragedia humana en el pueblo de Ribadelago, con el tributo humano de 144 personas muertas, el suceso dejó de ser un derrumbe más que añadir a la estadística de presas rotas, y se convirtió en una vergüenza.

Fueron tantas las prepotencias, tantas las negligencias, tantos los errores y tantas las desconsideraciones, y tan palpables y públicas, que ocurrió lo temido por la población y que era vox populi: la rotura de Vega de Tera.

El cúmulo de pecados es todo un rosario.

Valga reparar que quienes vigilaban la presa, y dormían a cien metros y de cara al muro, fueron los últimos en enterarse de la desaparición de ocho millones de litros de agua. Vieron con asombro lo ocurrido al despertarse por la mañana, cuando en Ribadelago estaba consumada la tragedia. No advirtieron la brutal explosión del dique y nadie les avisó del espanto. Así de ineficientes eran los sistemas de comunicación implantados en una obra de alto riesgo.

Tampoco anduvieron finas las máximas autoridades provinciales, pues los intentos de comunicar el desastre -con ser de máxima urgencia- resultó una desesperación porque las horas de la noche pasaban y al otro lado del teléfono no se ponía nadie. De esta forma, el auxilio llegó con la luz del día, con las aguas remansadas en el Lago y sin nada que rescatar, salvo cadáveres. Quedaba atender a unos desangelados supervivientes, salvados por sí mismos y desperdigados por las alturas. Hubo en este gesto una gran solidaridad social y, en el reparto, demasiados intermediarios.

En la construcción, la sociedad Moncabril buscó "la economía" en todos los aspectos, de ahí el asentamiento sobre montículos rocosos para evitar costes de cimentación. Se eligió el tipo de mampostería por ser más barata que la inicialmente propuesta de gravedad, se asentaron los contrafuertes sin apenas cimentación y confiando en meros anclajes (los llevados por delante), y se rebajó el resguardo a la mitad para ganar volumen de agua y producción de kilovatios. "Si se hubiera propuesto un modelo de muro más malo, también se hubiera admitido" afirma Domingo Zamora, seguidor de este desastre. Y es que el Estado, también metido a eléctrico, daba entonces luz verde a los aprovechamientos hidroeléctricos con encendida pasión debido a la gran ansiedad de demanda industrial y social.

Vega de Tera fue una presa hecha a saltos, con continuadas y largas interrupciones de obras por causa de las gélidas e inclementes temperaturas, que exigían una depuración y limpieza severas antes de proseguir adelante. Fue una presa que necesitó, campaña tras campaña, inyecciones de cemento y lechada para atajar las fugas de agua, cuyos resultados no podían comprobarse por falta de agua. La verdad resplandecía al ascender la cota y reaparecer de nuevo los escapes que constataban que en Vega de Tera crecía siendo presa coladera. Los obreros veían los rezumos y los ingenieros lo sabían porque fueron una enfermedad incurable y una preocupación hasta el suspiro final. La última gran fuga ocurrió el 9 de enero de 1959, al escapar como un mortífero proyectil ocho hectómetros de agua.

El alivio de agua, que es capital para gestionar las avenidas, apenas existió, porque el bombeo no funcionaba debido a la humedad que reinaba en la sala y la compuerta fue abierta un mínimo solo unas horas antes del desastre, de modo que el primer llenado, que puso a prueba la resistencia de la presa, fue el último.

Ocurrido el desastre, las personas expuestas al impacto del agua se enteraron cuando el agua las invadió, atrapando a decenas de almas sumidas en el sueño y con las puertas cerradas.

Los miramientos de las eléctricas no trascendieron durante décadas al complejo hidroeléctrico y fuente de megavatios. Vega de Tera tuvo su precedente en la presa italiana de Gleno, con similitudes en la altitud, en la tragedia humana y un Lago depositario de la desgracia situado curso adelante. La sociedad Moncabril apuró la copa sin reparar en antecedentes ni en los letales impactos de una posible rotura aguas abajo. Y el Estado, encargado de supervisar las hechuras, lejos de sancionar los vicios que se cometían en la sierra brindó por la obra con celebración y hasta Franco dio alas a la aventura con su presencia en Ribadelago.

Vega de Tera fue una obra dejada durante días y días en manos de obreros, con ingenieros dirigidos desde Madrid que realizaban puntuales "visitas" por estar el tajo enclavado en el quinto infierno, que incluso hoy día es difícil de pisar.

Un eminente estructuralista, que no presista, salvó el honor de los responsables apuntando a los errores de la literatura técnica el fiasco de una obra "mal hecha". Los propios ingenieros que alabaron su investigación por el rigor derrochado, cedieron ante el disgusto dado a los responsables de Moncabril y suscribieron el segundo y salvador informe.

La rotura de Vega de Tera y su tragedia humana perpetuó en el rostro de los supervivientes un gesto de visible dureza. Por si fuera poco, todo lo que siguió a la inundación fueron más despropósitos. Los ribalagueses, situados en la ruina más absoluta, fueron sumidos en un macrojuicio dado a tantas presiones y apaños como la presa rota. Especialmente desgarrador resultó el hecho de exigir la aparición de cuerpos incontrables para pagar con presteza las necesitadas indemnizaciones, y ofensivo del todo hacer patente la marginación a los hijos naturales.

El nuevo pueblo de Ribadelago, de tipismo sureño, se levantó en una umbría y completamente ajeno a las conveniencias de un pueblo sanabrés y ganadero. Cincuenta y ocho años después el nuevo Ribadelago envejece y el viejo Ribadelago recobra su fuerza porque es el núcleo halladero, solaniego y habitable. En ambos núcleos destacan las huellas de la tragedia y los monumentos de recuerdo a sus víctimas. Sin embargo, llama la atención el declive de un pueblo sobrado de atractivos paisajísticos y con una naturaleza digna de pisarse y disfrutarse en todas las estaciones del año, que alberga una productiva central hidroeléctrica, que ofrece un Lago que es portada de folletos turísticos y el enclave de baño más saludable de la región.

Tiene, empero, en contra el olvido de la Administración, que gracias a su tragedia no convirtió el Lago en un embalse más del Tera, tal como estaba concedido por el Estado desoyendo todas las razones y furias expresadas en contra por la sociedad.

Este olvido institucional mantiene a Ribadelago roto, y la sensación que golpea al visitante que se acerca a este bello paraje guarda cierto parecido con la sensación que conmueve a quien visita, en las alturas, la denominada presa rota.