Con profundo respeto y con el dolor perenne que acompaña a los supervivientes, recordamos hoy a las víctimas de la tragedia ocurrida en Ribadelago hace 56 años.

Pero también queremos recordar hoy a las otras víctimas, a los que antes y después de la tragedia perdieron la vida o sufrieron grandes daños en las obras o a consecuencia de ellas. A todas aquellas personas, queremos rendir hoy un pequeño homenaje en forma de recuerdo muy especial.

Desde 1947, en que comenzaron las obras, hasta 1959, que se dieron por terminadas murieron en accidentes laborales muchos obreros y otros muchos quedaron lisiados, amputados o enfermos.

Se vio pronto la cara más oscura de aquel proyecto que tanta ilusión y esperanza había despertado en la zona, que prometía ser su salvación económica, el progreso, la integración. El tramo de las obras de la vía Requejo-Las Portillas estaba finalizando y los obreros que habían trabajado en él podían emplearse en esta nueva obra y todos los que no tenían trabajo, sobre todo los jóvenes, lo tendrían. Prácticamente la totalidad de los hombres de Ribadelago trabajaron en el proyecto desde el primer momento, así como los de San Martín, y otros pueblos cercanos. Pero también desde otros lugares más lejanos llegaron al pueblo muchos hombres atraídos por este "Dorado".

No faltaron las dudas y las advertencias de los más sabios del lugar, los ancianos, que desconfiaban de las promesas y no creían en los "dorados". Intuían los aspectos negativos de las obras y de vez en cuando lo manifestaban con pocas palabras:

-¡Ya se verá! ¡Veremos cómo acaba esto!

De momento les habían expropiado muchas tierras para hacer la carretera, el poblado, la residencia, la central, los talleres, los almacenes? Iban a transformar o quitar parte de la sierra tan importante para el mantenimiento de sus animales. ¿Qué pasaría cuando acabaran las obras?

El proyecto consistía básicamente en embalsar el agua de casi todas las lagunas y arroyos de la sierra construyendo sendas presas, y en el río Tera dos, una cerca de su nacimiento, Vega de Conde, y otra más abajo donde el río comienza su descenso, Vega de Tera. Desde todas ellas se conduciría el agua hasta Mallatorre de donde saldría la gran tubería que salvando un enorme desnivel la llevaría hasta la central situada abajo, al pie mismo de la montaña junto al río Cárdena al que se incorporaría el agua después de mover las turbinas. Naturalmente, en un terreno tan accidentado, todas las conducciones irían subterráneas, por túneles excavados en el durísimo granito del macizo de Segundera a base de fuerza humana, barrenos y dinamita.

Las obras comenzaron con gran despliegue de personal en la primavera de 1947. Y el primer túnel que se hizo fue el de Cárdena-Mallatorre. Los trabajos avanzaban en ambos sentidos y se abrieron cuatro bocas a lo largo del trayecto relativamente corto.

Muy pronto el monstruo manifestó su cara más negra. Enseguida comenzaron los accidentes laborales. Estos primeros años fueron terribles. La falta de medios, de protección, la inexperiencia, el arrojo a veces algo imprudente de aquellos hombres jóvenes y aguerridos, contribuyeron a que el número más alto de accidentes se produjera en estos años; aunque hubo accidentes mortales hasta el final. El pueblo se fue vistiendo de luto y comenzó a percibirse que tendrían que acostumbrarse a convivir con el miedo.

Ángel, la primera víctima del pueblo, muere en el mes de mayo en Pocadiella, la segunda de las bocas, deja viuda, cuatro hijos pequeños y una hija póstuma; poco después muere José, allí cerca en Mallapiedra, deja dos hijas muy pequeñas y una viuda muy joven. Felipe pierde la vista. Juan Manuel, herido grave y secuelas. Alejandro, herido y secuelas?

Casi al mismo tiempo comenzó el túnel de la enorme tubería. En él murieron Indalecio, 15 años, y Benigno, 22 años. Más tarde Antonio, que dejó viuda y 4 hijos pequeños, y quedan heridos Celso, Manolo, Alejandro, José? muy jóvenes. En todos estos accidentes también había víctimas de otros pueblos de la comarca y de distintos lugares. En este trágico ranking destacó de una manera especial San Martín, nuestro querido pueblo vecino.

Las muertes eran todas muy violentas, barrenos que estallaban antes o después de tiempo, derrumbamientos, caídas, arrollamientos? y más tarde descarrilamientos de la "mesilla" que esparcían los cuerpos peñas abajo? A pie de obra estaba el sencillo botiquín donde se atendía a los heridos que llegaban con vida y luego si había posibilidades de salvación se les enviaba a Zamora.

En algunos casos las familias de estos hombres que murieron al principio murieron también al final de las obras, en la tragedia del 59, producida por la última presa que se construyó. Principio y fin se unen.

Las viudas cobraban una pensión mísera, y las madres de esos hijos tan jóvenes nada, pues la empresa declinaba su responsabilidad por haber sido acordado así en los casos de menores de edad.

A las inquietudes propias que producen obras de tanto calado, las calamidades de los obreros, el futuro incierto y otras, se sumaron pronto nuevas angustias ¿Qué pasará hoy? En cualquier momento podía llegar la temida noticia. Con tensión extrema se vivía la explosión de los barrenos. Solía ser a mediodía. Una voz potente de hombre anunciaba tres veces ¡¡Fuego!! y 12, 14 barrenos explotaban rompiendo la montaña con un ruido atronador que sembraba en el entorno mucho temor al desenlace. Se respiraba con alivio cuando se comprobaba que no había ocurrido nada.

Antes de terminar las obras se supo que otro peligro se cernía sobre aquellos obreros que las ejecutaban. La sílice había sembrado la muerte en todos los que trabajaron en los túneles o cerca de ellos. Al principio ni se conocía esa enfermedad, la silicosis, nadie les informó de sus riesgos, por eso se disputaban el puesto de barrenero que era algo mejor remunerado. Ellos y los jóvenes "pinches" o ayudantes, que entraban y salían sin ningún tipo de protección, pronto notaron en sus pulmones el mal silencioso que los iba destruyendo en una larga agonía muy dolorosa al final. Y comenzó el "macabro goteo". Obdulio fue la primera de estas víctimas, murió en diciembre del 58. Su esposa e hija en enero del 59 en la tragedia. Después fueron Santiago, Martín, Carlos y luego una lista interminable. Manuel, Antonio, Germán, Lorenzo, Domingo José, Valentín, Melchor, Agustín, Abel, Tomás Benjamín, Federico, Fidel? Jacinto, todos murieron entre esa fecha y los años 80. Calles enteras del pueblo se fueron quedando habitadas por sus viudas que sacaron adelante a sus hijos con muchos sacrificios y penas. Ellas han ido desapareciendo veinte, treinta, cuarenta cincuenta años después. Algunas viven aún, con el peso de aquellas pérdidas.

Aún hoy, 68 años después de haber empezado los trabajos, sigue habiendo en Sanabria hombres con secuelas de esta enfermedad derivada de ellos.

Nuestro recuerdo cariñoso para todos ellos de cualquier lugar que fueren, y para sus familias que tuvieron que acostumbrarse también a vivir con el dolor de haber perdido padres, hermanos, y sobre todo hijos jóvenes. Para aquellas madres que lloraron tanto a sus hijos en las obras, a sus hijos, hijas y nietos en la tragedia y de cuyo dolor nunca se repusieron, para todas aquellas personas que perdieron en cualquier momento del proceso a sus seres queridos, a las cuales la enfermedad silenciosa del dolor también les ahogó la vida, vaya nuestro recuerdo lleno de cariño, apoyo y agradecimiento.

Todos estáis en nuestro corazón y en nuestra vida y no dejaremos que vuestra muerte o vuestro inmenso dolor caigan en el olvido.