Somos miedosos hasta para quejarnos allí donde pueden aliviar el motivo de nuestra queja. Nos gusta hacerlo en la barra del bar, despotricar en casa o en la oficina, adjetivando nuestras cuitas con insultos y expresiones de alto voltaje, pero no damos el paso de ir a los departamentos e instituciones creados para atender las denuncias por escrito que airean nuestra indefensión por un agravio o por sentirnos engañados por personas y entidades privadas y públicas. Este es un titular de ayer de este periódico: Los zamoranos, los que menos se quejan al Procurador del Común. Y punto. Así nos va.

Hay que quejarse e indignarse por cómo nos tratan y presentar denuncias allí donde pueden tirar de las orejas a quienes nos tratan mal. Yo lo he hecho y funciona. Después de varios meses de papeleo (desde marzo del año pasado) la Junta Arbitral de Consumo de Castilla y León me acaba de dar la razón y ha establecido que una empresa (muy importante y con mucha publicidad detrás) me tiene que devolver la cuantía pagada en los años 2018, 2019 y 2020 por un seguro que nunca firmé.

Alguien me llamó por teléfono hace cuatro años, escuché su verborrea mirando el reloj de reojo porque tenía mucha prisa ya que había quedado con alguien a esa hora. Me “vendió” un seguro maravilloso, con oferta incluida. Ya no recuerdo si dije “sí” o “no” o lo que fuera. Lo que sí dije, seguro, es que me mandaran la oferta por escrito y que ya la vería y que si me interesaba la firmaría y punto. Sí me la mandaron, no la firmé, pero dio igual, empezaron a cobrar el seguro. Porque ellos lo valen.

Cuando después de un año quise anular el contrato (antes no se podía), llegué tarde porque había que hacerlo con varias semanas de antelación. Otro año más y… hasta que me cansé y empecé con los recursos. Y al final lo he conseguido, ha triunfado el sentido común.

En estos últimos meses he descubierto que no son válidos los contratos solo “planteados” por teléfono y que hay empresas de mucho postín que contratan a otras de mucho menos para que hagan el trabajo de calle y que hasta te mandan “sms” donde tú contestas “sí” sin saberlo y que algunas de esas empresas desaparecen del mapa de la noche a la mañana. Nos engañan, nos minusvaloran y nos machacan. Hay que protestar, patalear y llevar nuestras quejas allí donde pueden atenderlas, aunque haya que hacer cursos acelerados de informática para cumplir todos los requisitos. Merece la pena. Que no se rían de nosotros. Los hijos de los pobres, listicos, listicos. O te joden vivo.