Aveces las cosas pasan a destiempo. Como ahora el invierno que se ha puesto tieso cuando debía estar invernando en la cueva de la nada. Zamora ha hecho del ir a destiempo su condición. El sábado, por ejemplo, viene Mariano Rajoy a hablar de despoblación cuando los zamoranos se han marchado de la provincia en busca de trabajo y de humo.

Nunca es tarde si la dicha es buena, me dice alguien por la calle. La despoblación no se abre y se cierra como un grifo, le contesto. Cuando la carretera se inclina hacia el valle, lo máximo que puede hacer el conductor para evitar chocar contra el fondo es frenar. Mi interlocutor se queda pensando sin entender nada.

Hablan ahora de despoblación los políticos, principales culpables de ese estado. Y aquí, de verdad, los colores no liberan de culpa. Nadie ha hecho nada porque crecieran los censos en esta provincia desde los Alfonsos, III y IX, que ya ha llovido.

Pero no solo son culpables los que mandan y los que han mandado, también son quienes han obedecido y quienes obedecemos. Durante siglos estas tierras han dado a luz campesinos de bien, acostumbrados a vivir con lo mínimo, aguerridos soldados, dóciles y obedientes, que se han ido a guerrear a otras tierras y curas, que han vendido su alma a Dios. Las tres condiciones han perdido chance en estos tiempos. Nos quedan los funcionarios de ahora, que se van a de administradores a otras tierras. Aquí no ha habido gentes de trato, empresarios, emprendedores que montaran tenderetes y necesitaran gente para atenderlos.

Por último, un consejo para Rajoy si no quiere que la convención del sábado se quede en una fotografía, en pura farfolla. Es urgente que la Administración pague por vivir en los pueblos, en el ámbito rural; solo por vivir y establecerse, al margen de otras subvenciones e incentivos.

La lluvia es ese hueco que hace que falte lo que llena. Me grita mi interlocutor. Y me quedo corrido.