Desde hace mucho tiempo vengo leyendo o escuchando que los zamoranos somos expertos en la crítica, el lloro y el lamento permanentes. Si algo va mal en estas tierras, lo más fácil es criticar, llorar o lamentarse. Sobre todo en privado, en el banco de la plaza pública o en la barra del bar, que no está mal. Y el colmo sería cuando creemos que otras personas -casi siempre de fuera- deben de ser las encargadas de poner sobre la mesa propuestas y soluciones que corrijan nuestros problemas. ¿Les suena? Seguro que sí. Y es que si mencionamos esas dificultades y contrariedades que tanto nos consumen, inmediatamente aparecen las de siempre: la pérdida de población, la baja natalidad, el elevado envejecimiento, la fuga de jóvenes bien preparados, la crisis de la agricultura y ganadería, la escasez de empleo en el sector industrial, el déficit de infraestructuras, etc. Y si nos detenemos en lo que debería hacerse y supuestamente no se hace, entonces lo tenemos igual de claro: más y mejores vías de comunicación, mejorar la atención de las personas de las zonas rurales, fomentar las relaciones con Portugal, poner en valor la riqueza de nuestro patrimonio arquitectónico y medioambiental, etc. ¿Les sigue sonando? Seguro que también.

Pues de todas estas cuestiones se viene hablando y discutiendo desde hace varias décadas en estas tierras. Sí, escribo bien: décadas. Si quieren comprobarlo, les aconsejo que (aunque no quede bonito) lean mi libro Voces desde el oeste. Una radiografía provocadora de Zamora y sus gentes, publicado en 2002, donde se habla de estas cuestiones y de muchas más. Por ejemplo, de las posibles causas o factores que explican el origen de nuestros problemas y malestares colectivos. Si ahora mismo preguntáramos por ahí, la inmensa mayoría de los zamoranos responderían echando balones fuera, es decir, responsabilizando a los demás de lo que aquí sucede o, más bien, deja de suceder. Como decía más arriba, la culpa suele ser casi siempre de los demás. Pues bien, algo de razón hay en este modo de entender el origen de nuestros males, aunque, todo hay que decirlo, las cosas son un poco más complejas.

Una familia en un campo de las afueras de Zamora, lleno de amapolas. Emilio Fraile

Veamos: ¿cuáles serían las claves fundamentales que explican los niveles de desarrollo en Zamora? Esta respuesta puede responderse desde las ideas preconcebidas, es decir, que cada zamorano diga lo que piensa sobre un asunto de tanta enjundia o, más bien, echando mano de estudios e informes científicos. Sin menospreciar lo primero, que me interesa muchísimo, yo prefiero, sin embargo, profundizar en el origen y en el porqué de lo que nos pasa echando mano de lo segundo. Por tanto, a partir de los numerosos estudios (ajenos, propios y compartidos) en los que he podido participar, quiero resaltar una obviedad: los diferentes umbrales de desarrollo de los municipios zamoranos están muy condicionados por el nivel de estudios de la población. Por ejemplo, la situación demográfica mejora a medida que el nivel de estudios de los residentes es también más positivo. Igualmente, el nivel de estudios, la formación específica de los ocupados y los indicadores económicos de los municipios progresan a medida que las variables de empleo (tasas de empleo y ocupados en las ramas de actividad de la sociedad de la información) son también mejores y de mayor calidad. Y, además, si se favorece el empleo en el sector servicios se consiguen varios efectos complementarios: se mejoran los índices demográficos, aunque de modo especial los saldos migratorios, se facilita la capacidad para atraer población joven y se incrementan los índices de actividad comercial y de actividad turística, la cuota de mercado y también la renta por habitante.

La Zamora de mis sueños es un espacio abierto, amable, comprometido, solidario y humanista. Un territorio donde se pueda hablar y escuchar a los demás, que tanto pueden decir y aportar a la convivencia colectiva

Por tanto, lo que realmente debería ocuparnos y preocuparnos no es que, por ejemplo, Zamora pierda población sino sobre todo identificar las causas que se esconden tras una situación supuestamente catastrófica para muchos comentaristas y escribidores que se dejan seducir o aturdir por las cifras demográficas. Y, por supuesto, una vez identificadas las causas del (repito) supuesto problema, actuar con las soluciones más adecuadas. Pero si las causas no se conocen y no se desentrañan con rigor, sobran todas las recetas que, con la mejor buena voluntad posible, se lanzan a los cuatro vientos para atajar el supuesto mal identificado. Repito, una vez más, que se gane o se pierda población no es en sí una ventaja o un problema. Los países que más crecen y aumentan sus efectivos demográficos son precisamente los mal llamados “subdesarrollados” o “en vías de desarrollo”; por el contrario, donde la población mengua o simplemente se estabiliza es sobre todo en los países con los niveles de desarrollo más elevados.

¿Quiere decirse que yo soy un conformista y que la realidad social, económica o política de Zamora me parece perfecta? Pues no. Y por eso sueño, casi a diario, con que muchas cosas cambien en estas tierras del oeste peninsular. Cosas muy básicas, como el acceso de la población a los recursos básicos (sanidad, educación, servicios sociales, transporte, etc.), indistintamente del lugar de residencia. O con recuperar el espíritu de participación y colaboración ciudadana (el llamado capital social) para resolver los problemas de la vida cotidiana. Porque o colaboramos todas y todos, desde una visión comunitaria, o elegimos el camino del “sálvese quien pueda”. Y ya sabemos que, en estos casos, siempre se salvan los mismos.

Un hombre ayuda a dos niñas a columpiarse en un pueblo zamorano. A. S.

En definitiva, la Zamora de mis sueños es un espacio abierto, amable, comprometido, solidario y humanista. Un territorio donde se pueda hablar y escuchar a los demás, que tanto pueden decir y aportar a la convivencia colectiva. Un lugar en donde utilicemos mucho más la primera persona del plural (nosotros) que la del singular (yo) para construir el futuro que todas y todos deseamos. De estas cosas sueño muy a menudo. Y estoy seguro de que, aunque algunas no se vayan a cumplir nunca, otras dejarán de aparecer en mis sueños porque, por fin, se habrán hecho realidad y se podrán tocar con los dedos.