La propuesta del Ayuntamiento de trasladar el toro celtibérico desde su ubicación actual, una rotonda situada junto al Arco de Santa Catalina, a la renovada plaza de San Agustín en la que está enclavado el Alcázar, ha generado en los últimos días un interesante debate sobre en qué lugar debería estar emplazada la pieza, uno de los símbolos de la ciudad. Para el historiador toresano, José Navarro Talegón, la nueva ubicación que propone el Ayuntamiento, sobre la que deberá pronunciarse la Comisión Territorial de Patrimonio, contribuiría a "dignificar" la escultura y evitaría cierto riesgo porque, en la actualidad, está ubicada en un "lugar inadecuado", una rotonda situada entre vías de circulación en las inmediaciones de la Puerta de Santa Catalina y que soporta un elevado volumen de tráfico pesado. A pesar de que el toro celtibérico, según el historiador, es una talla que "lo aguanta todo", porque fue construida con un "granito muy duro", sería necesario buscar un nuevo emplazamiento más adecuado para que "esté más protegida".

Aunque Navarro Talegón respalda la idea de que la pieza sea trasladada a la remodelada plaza de San Agustín, delante de un monumento tan importante como el Alcázar, su "preferencia" es que fuera reubicada "en el lugar en el que estuvo siempre", en referencia a la Plaza Mayor.

Así, como explicó, durante la Edad Media permaneció en la plaza del "Abditorio público" o "Audiencia pública" (la actual Plaza Mayor), el lugar en el que se impartía justicia y que era "un espacio urbano vacío, ante la puerta principal del primer recinto amurallado de hace mil años". Junto al toro celtibérico en la Plaza Mayor de Toro "estuvo la picota, el lugar en el que se ajusticiaba a la gente", lo que explicaría, según el historiador local, que la pieza "tenga un vaciado en el lomo".

En la Plaza Mayor permaneció el animal totémico hasta que, a finales del siglo XIX se ejecutaron unas obras para ajardinar este espacio y convertirlo en Glorieta, lo que motivó que fuera trasladado al atrio de la Colegiata. Posteriormente, durante el mandato como alcalde de la ciudad de Francisco Cuadrado, la pieza fue reubicada en la nueva glorieta que se construyó junto al Arco de Corredera, un lugar "inapropiado", para Navarro Talegón, al igual que su último emplazamiento, la rotonda situada junto a la Puerta de Santa Catalina, en la que el toro celtibérico permanece desde su último traslado, en el año 1968.

Aunque para el historiador local la última propuesta del Ayuntamiento contribuiría a dignificar tan insigne escultura, su "predilección" es que pudiera ser colocada "donde estuvo siempre, en la Plaza Mayor y ante los soportales del Ayuntamiento, pero no en el centro, sino en dirección hacia occidente". En cuanto a la hipótesis que apuntan algunos cronistas sobre que la localización original del toro celtibérico fuera un lugar próximo al puente de piedra, Navarro Talegón desmintió esta afirmación que relacionó con el hallazgo de una pieza similar en Salamanca, junto al puente.

Por otra parte, el historiador local matizó que la talla es un toro celtibérico y no un verraco como, popularmente, es denominada en la ciudad. De hecho, conserva un orificio en cada costado y dos en la testa para adaptar astas naturales y está mutilado en las patas y el hocico, así como en un soporte que "tenía en la panza". Esculpido en un gran bloque de granito abulense, tiene unas dimensiones de 250 x 65 x 100 centímetros y, para Navarro Talegón, es una pieza que podría datar del año 500 antes de Cristo y su origen sería celtibérico.

No obstante, como matizó, este toro es el más sobresaliente testimonio plástico del núcleo de población indígena enclavado en el asiento de la ciudad, un castro celtibérico del que proceden diversos vestigios cerámicos con decoración geométrica e incisa, recogidos en la Fundación González Allende, o un hacha de ofita.

No obstante, no ha sido posible identificar el enclave del que proceden estos vestigios porque, según Navarro Talegón, "por su relativa poquedad no parecen avalar la correspondencia que al mismo se viene asignando con la memorable ciudad vaccea de Arbucale, Arbocela o Arbocala". Sobre el hallazgo del toro, el historiador apuntó que, cuando en el tránsito del siglo IX al X el monarca astur Alfonso III "El Magno" decidió afianzar el confín meridional de su estados, extendido hasta el cauce del Duero, Toro figura entre las "civitates desertas ab antiquis" que mandó repoblar, encargo que hizo a su hijo el infante Don García.

Los repobladores se encontraron en la ciudad con el animal totémico, similar a los famosos toros de Guisando, hallazgo que, sin duda, para Navarro Talegón, determinó el nombre de la ciudad. Esta figura fue adoptada como blasón de la ciudad en su posición pasante, según aparece en la marca de localidad o punzón empleado desde el primer tercio del siglo XVI por Pedro Gago y otros fieles contrastes al ensayar la plata o en el relieve embutido en el alzado meridional del Arco del Reloj, en la puerta de Corredera y en la fachada principal del Ayuntamiento de Toro.