Opinión | Buena jera

Con la respiración contenida

Nadie sabe, ni intuye, ni sospecha lo que Pedro Sánchez anunciará mañana

Pedro Sánchez y Begoña Gómez en un acto electoral.

Pedro Sánchez y Begoña Gómez en un acto electoral. / José Luis Roca

Esta vez ni siquiera se ha puesto en marcha la máquina de los rumores. Los famosos cenáculos madrileños están mudos. Incluso a los inventores de bulos, paparruchas y descalificaciones, la carta de Pedro Sánchez, su anuncio, les ha pillado en el servicio haciendo lo que se hace allí. Ha sido una sorpresa tan total que los que se dan por enterados (hasta por anticipado) han acabado reconociendo que ignoraban de qué iba la copla. Pero, claro, la culpa no es de ellos por estar in albis, sino del propio Pedro Sánchez por no contárselo o no dar pistas sobre su postura, sus dudas y su posible dimisión. Nada nuevo bajo el sol.

Si no fuera por la gravedad del asunto y sus más que inevitables repercusiones sobre nuestras vidas, la cosa tendría su gracia, su matiz risible. Ahí es nada: el presidente del Gobierno anuncia su posible renuncia y deja con la boca abierta a los listos de turno. No se lo habían olido, pero a los cinco minutos ya estaban los medios de comunicación chorreando interpretaciones, diseñando teorías, encontrando huellas, gestos, guiños, elucubrando sobre el porvenir…He leído y escuchado gran parte de lo que se ha escrito y dicho estos días, pero, la verdad, no he hallado ninguna pista fiable en torno a lo que nos espera. Sí he encontrado, en cambio, opiniones y más opiniones. Y aquí tampoco ha habido grandes sorpresas. Los que le daban leña a Pedro Sánchez, viniera o no a cuento, han seguido a lo suyo, incluso más cargado de bombo, como los pasodobles mal tocados. Quienes lo defendían no han criticado fuertemente su decisión; han encontrado razones para entenderla, si bien la mayoría no la justifica.

Y es que, a mi juicio, la situación tiene, al menos, dos vertientes distintas: la humana y la política. Es comprensible el hartazgo, la rabia, de quien lleva años y años recibiendo insultos, improperios, acusaciones de todo tipo (muchas de ellas falsas) y hasta vergonzantes e inhumanos eslóganes como el vomitivo "que te vote Txapote", que propagó la liberal Ayuso e hizo furor entre sus moderadas huestes. No es difícil ponerse en la piel (por muy dura que parezcan tenerla los políticos) cuando arremeten contra tu familia por el mero hecho de eso, de ser tu familia. Y, en estas circunstancias, el aguante tiene un límite. Parece lógico hacerse esa pregunta: ¿merece la pena? Y cada cual puede tener su propia respuesta. Esa es la que está buscando, ¿y ha encontrado ya?, Pedro Sánchez. Esta es la vertiente humana.

Sin embargo, el caso de todo un presidente de Gobierno de una nación como España es distinto, muy distinto. Ahí entra en juego la dimensión política. No estamos hablando de una renuncia cualquiera, sino de una decisión de tal calado que marcara el futuro, al menos inmediato, de millones de personas. En este aspecto, creo que Pedro Sánchez no puede atender únicamente al dolor y al cabreo personal; tiene un compromiso con la ciudadanía, con una forma de gobernar. Y quizás no le convenga mirar demasiado a las barbaridades que sueltan desde la oposición y a sus maniobras, muchas de ellas antidemocráticas y muy impropias del siglo en que vivimos. Al fin y al cabo, decida lo que decida, le van a seguir arreando y arreando y arreando mucho más allá de lo que tendrían que ser las críticas de la oposición, por duras que necesariamente sean. Pero una cosa son las críticas y otra la MAR de ayusadas y otras "incrustaciones", como decía, al volver de Marbella, una señora nacida en mi pueblo pero ya madrileña a tope.

Tampoco debería hacer excesivo caso a determinados medios de comunicación, especialmente a esos digitales que lanzan falsedad tras falsedad sin comprobar ni contrastar nada. Vale todo, aunque sea la negación del Periodismo. También le van a sacudir haga lo que haga, sea blanca o negra. Sin él (y sin ciertas "ayuditas" institucionales) no pueden vivir. Ni respirar.

De modo que lo dicho. Hoy, con la respiración contenida. Mañana será otro día.

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