Dos protestas de colectivos diferentes con gran peso en la estructura social de Zamora han confluido en estos últimos días. Jubilados en demanda de una pensión acorde con el coste de la vida y mujeres que reivindican la paridad social y económica. Dos colectivos, podría concluirse, que salen a la calle o expresan la lucha por su dignidad como personas.

En el caso de los jubilados se pone el acento en reivindicar una pensión digna tras décadas de trabajo y cotización a la Seguridad Social y el rechazo a años de congelación y a esa subida del 0,25% anual, un euro al mes de media para el que tenga la suerte de cobrar lo que señalan las estadísticas como promedio, algo más de mil euros al mes. "Privilegio" del que no disfrutan la mayoría de los más de 49.000 pensionistas zamoranos ya que en la provincia la media de la prestación apenas supera los 800 euros siendo la más baja de Castilla y León y de toda España.

Para este jueves 8 de marzo, señalado como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, existe una convocatoria de paro destinada, igualmente, a hacer visible esa desigualdad social que aún se manifiesta de forma notable en el plano laboral. Un menosprecio histórico cuyo exponente más trágico se mide en los episodios de violencia de género y abusos sexuales que, lamentablemente, se repiten y afectan a todas las capas de población independientemente de su edad y de su estatus económico. No se trata aquí de analizar la oportunidad de una medida, la huelga o los paros, que se ha traducido en la habitual controversia entre partidos políticos, sindicatos y colectivos feministas. De lo que se trata es de apelar a la concienciación de toda una sociedad sobre un hecho contrastable: esa desigualdad sigue existiendo y es más palpable en lugares como Zamora donde los colectivos más expuestos se encuentran en una situación de total desamparo.

Cuando se habla del Día Internacional de la Mujer Trabajadora se tiende a pensar en aquellas que se encuentran, efectivamente, incorporadas al mercado laboral. A un mundo en el que, en pleno siglo XXI, compiten en inferioridad simplemente por su condición de género. Fue también un 8 de marzo, en 1910, cuando España reconoció a las mujeres el acceso a la Universidad en las mismas condiciones que los hombres, pero la igualdad sigue teniendo gran parte de quimera más de un siglo después para más de la mitad de la población mundial. En Zamora, las mujeres representan el 50,46% de un padrón de habitantes menguante y que comenzó a desangrarse, precisamente, por el lado femenino: ellas fueron las primeras en buscar una salida que no encontraban en un entorno rural sin oportunidades ni de formación, ni de un puesto de trabajo ni, muchas veces, de expectativa personal.

Aún hoy en día, cuando las mujeres superan en número a los hombres en matriculados universitarios, se siguen reproduciendo esquemas sexistas que los estudiosos achacan a la pervivencia de los esquemas del mundo del patriarcado. Es casi testimonial la presencia de las mujeres en la Ciencia: solo la cuarta parte de las alumnas del Campus Viriato están matriculadas en grados técnicos. Es más habitual, dentro de la ciencia, los estudios de Medicina y siguen estando a la cabeza profesiones que tradicionalmente se asocian a roles femeninos como la Enfermería o Ciencias de la Educación, además del Derecho.

Ese avance en la preparación de las universitarias y trabajadoras de hoy en día tiene un doble valor: en primer lugar, por lo que supone en mayor capacitación, pero también el de la propia sociedad que, tres generaciones atrás, en provincias como Zamora y más en el ámbito rural, solo entendía como necesaria la enseñanza para el hombre como futuro sostenedor del hogar.

Así llegamos a conformar una sociedad donde la mujer, siempre menor de edad, quedó a expensas de la vida laboral de su marido, porque trabajar fuera de casa estaba mal visto, o no estaba al alcance de todas hacerlo en condiciones que permitieran asegurarse su propio retiro en trabajos precarios y mal pagados. Las mujeres, solo unas décadas atrás, seguían siendo educadas para casarse y cuidar de su casa y su familia. Trabajadoras a jornada completa sin derecho a retribución y mucho menos a permisos o vacaciones. La mayoría de quienes llegaban a ejercer un empleo, por modesto que fuera, lo abandonaban para cuidar de los hijos cuando se convertían en madres. Un hecho que todavía hoy se repite, por cuanto la conciliación familiar sigue entrando, las más de las veces, en el campo de la teoría de connotaciones quiméricas.

Todas esas mujeres, cuya vida laboral activa no han podido desarrollar y que vivieron en hogares donde el único cotizante era su cónyuge, suman más de 13.500 hogares en Zamora. Casi el 28% del total de pensionistas zamoranos. Las grandes olvidadas, como ellas mismas se definen. Las que tienen que apañarse cada mes con prestaciones que, de media, no llegan a los 600 euros. En la gran mayoría de los casos ni siquiera alcanzan los 500. Muchas de ellas en pueblos semivacíos y casi olvidados, viudas del régimen agrario que trabajaron tanto o más que sus maridos en las duras labores del campo, además de criar a los hijos para que emigraran a la ciudad. Invisibles a efectos administrativos, mano de obra gratuita a las que, hasta este siglo, no se les reconoció el derecho como agricultor a título principal. Y aún así, el Servicio Estatal de Empleo, señala que, a día de hoy, solo el 20% de las explotaciones están a nombre de mujeres.

Desde esos no tan lejanos tiempos como algunos quisieran hacernos creer, hemos llegado a una situación en la que la provincia zamorana, farolillo rojo socioeconómico del conjunto nacional, destaca de nuevo por tener las cifras más descompensadas dentro de la desigualdad persistente entre hombres y mujeres: la tasa de actividad de Zamora es la más baja de España, pero más baja aún lo es entre las mujeres. El paro, que entre los hombres afecta a un 12% sube un 21% entre las féminas. De las desempleadas, un tercio lo son de larga duración con más de 24 meses sin trabajo.

La brecha salarial, según los datos de la Agencia Tributaria, es del 16%, teniendo en cuenta también los bajos salarios de la provincia. En números redondos eso significa unos 200 euros al mes de diferencia, lo que establece un sueldo medio anual de 17.108 eros entre los hombres y de 14.323 para las mujeres. La diferencia va creciendo y se consolida en el colectivo de entre 36 a 55 años. Los que más cerca tienen la jubilación tendrán entre sí una diferencia de unos 3.000 euros, siempre a favor de los hombres.

Porque ese mayor acceso a la educación de las mujeres aún no se nota en el mercado laboral zamorano, donde las mujeres ocupan los puestos de menor cualificación y de mayor temporalidad. Y aún aquí se evidencian notables diferencias de salario, porque son más las trabajadoras que cobran el salario mínimo interprofesional que sus homólogos masculinos.

Muchas de ellas son hijas de esas viudas que representan a la capa más vulnerable, en claro peligro de exclusión social, dentro de la bolsa de pobreza a la que están condenados miles de pensionistas. Abuelos que, además, ejercen hoy de cuidadores de sus nietos para que sus hijas y nueras puedan ser mujeres trabajadoras, dentro y fuera de casa. Y todos saben que el reconocimiento de sus derechos solo se obtendrá con tanto o más trabajo que el que viene desempeñando esa mitad de la población que lucha por romper techos de injusticia e insolidaridad.