Ha quedado demostrada en un reciente estudio la asociación entre el consumo de alcohol a una edad temprana y el desarrollo posterior de enfermedad hepática grave. Es tremendo porque son los adolescentes los primeros en confesar que beben y que a edades tempranas saben lo que es cogerse una buena pítima. Antes era solo durante el fin de semana, que ya era bastante, ahora cualquier día de la semana es propicio para ingerir algún bebedizo de fuerte o mediana graduación que va minando la salud del hígado. Da la sensación de que por mucho que se explique a los jóvenes los peligros que entraña la ingesta de alcohol es como si lloviera sobre mojado.

De seguir en esa línea, esos chicos y chicas que beben están abocados a un desastre hepático en la edad adulta. A los 13, 14 y 16 años la edad adulta les pilla lejos y eso hace que se confíen creyendo que esa situación no irá con ellos el día de mañana. Como si el hígado no tuviera memoria, como si admitiera fácilmente esas cantidades en las que se mueven tantos adolescentes y que asustan al más pintado. Eso pasa aquí y en Suecia, de donde procede un gran estudio a largo plazo que ha confirmado el grave problema de futuro al que tendrán que enfrentarse. Eso, siempre y cuando no acaben directamente alcoholizados.

Los padres de los adolescentes en situación de riesgo alcohólico se enfrentan a un problema de envergadura. Quieren criar unos hijos sanos y el alcohol se los arrebata. Porque dependiendo de la cantidad que se bebe durante la adolescencia se puede predecir el riesgo de desarrollar cirrosis más tarde a causa de la bebida. Si no se bebiera o de hacerlo se bebiera con moderación, no estaríamos hablando de este problema que acecha el futuro de tantos jóvenes, chicos y chicas.

No estamos ante una situación generalizada, pero estamos ante una situación preocupante para todos aquellos jóvenes que hacen caso omiso de las recomendaciones sanitarias, del sentido común y se ponen de alcohol hasta las trancas. La Organización Mundial de la Salud tampoco es ajena a esta preocupación tan extendida en el mundo. De acuerdo con el informe de 2014 sobre el estado global del alcohol y la salud, la cirrosis relacionada con el alcohol es responsable de 493.300 muertes cada año. Muertes que podrían evitarse. Muertes en verdad absurdas porque, aunque no existe un tratamiento aprobado, resulta que la patología relacionada con el alcohol es teóricamente cien por cien prevenible.

Las distintas políticas en ese sentido han fracasado estrepitosamente. Algo parecido pasó con la droga en otro tiempo. La droga mata pero a muchos les gustaba experimentar. Si se cumplieran las recomendaciones de la OMS, la reducción de la incidencia de la enfermedad hepática alcohólica con resultado de muerte sería un avance y una realidad.