H ay que ir a por ellos, a por todos los que, entonces y ahora, han usado su poder, su influencia o su dinero para acosar a las mujeres. Basta ya de impunidad para esos tipejos que han hecho del acoso sexual su modus operandi favorito. Son muchas, demasiadas las mujeres que han callado esa vergüenza, no para ellas, si no para los canallas que acostumbran a someter a los más débiles, casi siempre mujeres. El escándalo de Harvey Weinstein, el influyente y todo poderoso productor de Hollywood ha destapado la caja de Pandora que, una sociedad que ha ignorado, permitido e incluso normalizado el acoso sexual, mantenía bien cerradita para que nada trascendiera al exterior aunque se conociera sobradamente la identidad de los acosadores. Hombres que han violado sistemáticamente a todas las mujeres que han caído en sus manos, prometiendo, amenazando, cuando no por la fuerza, utilizando la herramienta que más les ha convenido en cada momento.

Los casos se han disparado en todo el mundo. No sólo el cine se lleva una buena parte de vergüenza. En todos los ámbitos hay mucha mierda escondida debajo de la alfombra: el mundo del arte, el del deporte, el de la política, el académico. Ni un solo país, España incluida, es ajeno a este fenómeno tan antiguo como el mundo, tan antiguo como el oficio más viejo del mundo.

Las agresiones sexuales no sólo deben conllevar desprestigio personal. Las agresiones sexuales deben conllevar penas de cárcel. Debe haber un escarmiento mundial. Que sepan los practicantes habituales y los de nuevo cuño que eso no sale gratis. Me alegro enormemente que estén saliendo a la luz casos de políticos en el Reino Unido, a ver si de una puñetera vez sale también alguno en España. De momento el que era ministro británico de Defensa en el gobierno de Theresa May, dimitió el miércoles tras ser acusado de haber tenido un comportamiento inadecuado con una periodista. El tipejo en cuestión, Michael Fallon renunció a su cargo sentenciando: "Lo que era aceptable hace 15 años ya no lo es". Con sus palabras asumió una costumbre muy extendida también en la esfera política.

Uno de los casos más sonados ha sido el del secretario de Estado de Comercio Internacional, Mark Garnier, quien ha reconocido que obligaba a su secretaria a comprarle juguetes sexuales y se dirigía a ella con el apodo "tetitas dulces". ¡Hace falta ser cerdo y degenerado! A ver cuándo se investiga un poco en España y se echa a andar la maquinaria, caiga quien caiga. Que nadie crea que el mundo musulmán se libra, Tariq Ramadan, reputado intelectual e islamólogo, profesor en la Universidad de Oxford ha sido acusado por dos mujeres de agresiones sexuales. No creo que esa forma de actuar contra las mujeres venga en el Corán. Es verdad que tampoco me vale que en función de filias y de fobias, ahora se disparen las acusaciones, algunas falsas basadas en antipatías, manías, odios, enemistades y viejos o nuevos resentimientos.

Se hace urgente que se empiece a tirar de la manta, también en España y que la autoridad judicial no permita que prescriba lo que es un delito.