Me ha conmovido la muerte, el pasado día 17 de este mes de marzo, del poeta, dramaturgo y pintor Werek Walcott, Premio Nobel de Literatura en 1992. Hijo de una mujer negra y de un pintor holandés, nació en Castries, capital de la isla caribeña de Santa Lucía, en enero de 1930. Ha sido uno de los grandes escritores en lengua inglesa del siglo XX, o quizás el más grande, como asegura su amigo el Dr. José Antonio Gurpegui, catedrático de Filología moderna en la Universidad de Alcalá de Henares.

Fue precisamente en esta Universidad donde le conocí y entrevisté para la revista "Mundo Negro", cuando le concedieron el título de Doctor honoris causa en 1994. Acababa de ojear su magna obra "Omeros" y "El Testamento de Arkansas", editados en castellano poco antes de venir a España. Me impresionó su poesía explosiva, vibrante, siempre sorprendente, con olor caribeño, pero sobre todo con metáforas e imágenes prodigiosas. Amigo y admirador de Joseph Brosky, supo enaltecer lo cotidiano con asombrosa belleza, como este poeta ruso-estadounidense, que fue galardonado también con el Premio Nobel de Literatura en 1987.

Walcott falleció a los 87 años. Le entrevisté cuando tenía 64. Era un hombretón con ojos verdeazulados en un rostro cuadrangular de claros trazos negros. Me confesó de entrada que estaba emocionado y sobrecogido por la distinción que le había hecho la Universidad de Alcalá de Henares. Me dijo: "Al lado de grandes personalidades como San Ignacio de Loyola y San Juan de la Cruz, ¿cómo me puedo sentir si no es sobrecogido?". Me aseguró que admiraba la poesía de Federico García Lorca, Miguel Hernández, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre.

Al correr sangre negra por sus venas caribeñas, le pregunté por la poesía del afrocubano Nicolás Guillén, del que me habían fascinado algunas bellas imágenes de su "Sóngoro Cosongo" y el rítmico y juguetón poema "Sensemayá (Canto para matar una culebra)". Me respondió sin dudarlo: "Como poeta, prefiero al Guillén español, a Jorge". Me di cuenta de que a Walcott lo que realmente le interesaba era la calidad y la hondura poética por encima de otras consideraciones o mestizajes, es decir, el arte. Supe después que era gran amigo del poeta y dramaturgo nigeriano Wole Soyinka, al que le habían concedido el Premio Nobel de Literatura en 1986.

Derek Walcott no solo admiraba a poetas españoles, sino a pintores como Velázquez. Dijo a su buen amigo José Antonio Gurpegui que el cuadro "Las Meninas" era la mejor obra pictórica de todos los tiempos. Según el Dr. Gurpegui, se le saltaron las lágrimas cuando contempló la obra en el Museo del Prado.

Como sucede cuando fallece algún gran artista, sea músico, dramaturgo, pintor, novelista o poeta, nos queda el legado de la obra de Derek Walcott. La podemos seguir degustando como el mejor homenaje a un caribeño que nos ha regalado el don de la belleza. Sus versos rebosantes de metáforas sublimes, encadenadas con seductora imaginación, nos obsequian con la grandeza de un lenguaje recién horneado y palpitante.