En un solo día Donald Trump criticó a Angela Merkel por su encomiable acogida de refugiados, acción que considera causante del "brexit". A continuación, felicitó al Reino Unido por su salida de la Unión Europea y le ofreció un trato comercial preferente. Finalmente, calificó de antigualla la OTAN, el corsé militar que contiene a Rusia, de cuya amistad presume, en Europa. Consecuencias inmediatas. Europa, por una vez, habla con una voz, Theresa May se anima a hacer una salida de la UE limpia y dura y hasta la prensa alemana que comparte el trumpetismo populista reparte estopa al vencedor electoral estadounidense, cuya toma de posesión desaprueba el 55% de los estadounidenses. Porque todavía no es presidente. Los que se fingen moderados repiten que se apaciguará en la Casa Blanca, el mismo sosiego que auguraron cuando salió ganador. Fue no y será tampoco.

En la cumbre de Davos, que preside China y donde el país asiático quiere consolidar su poder frente a Estados Unidos, las amenazas de proteccionismo de Trump han servido para que las grandes empresas reconozcan que la globalización no ha reducido la desigualdad y que tienen que hacer cambios para mantener abiertas las puertas de los mercados.

Añaden que los últimos 20 años de globalización no han servido para ir hacia un sistema fiscal más justo ni para luchar contra el cambio climático (es decir que han servido para destruir un poco más la sociedad y el planeta). No les preocupó la desigualdad -ni los perjudicó- sino esta reacción inesperada de un presidente inesperado, firme creyente en la desigualdad y gran beneficiario político de ella. Han reconocido en Trump a su Fu Manchú, incluida China, el estado empresa. Es como si al mundo le hubiera hecho falta un Trump para reorientarse. Nos espera mucho frío: se está solidificando todo lo líquido.