Empieza a extenderse la teoría de que no todos los dirigentes críticos con la gestora del PSOE son afines a Pedro Sánchez. No lo son, al menos, hasta el punto de secundarlo como candidato en unas primarias. Lo aprecian, pero al mismo tiempo prefieren verlo dedicándose a sus labores. En ese sentido coinciden con los electores españoles que jamás depositaron en él la confianza que hubiera impedido que el exsecretario socialista se convirtiese en dos elecciones sucesivas en el aspirante a gobernar España con menos apoyos de la reciente historia del PSOE.

Sin embargo, dos meses después de haber dimitido, Sánchez sigue calibrando sus posibilidades y ha convocado a los militantes a un acto en Asturias, precisamente la comunidad que preside el dirigente de la gestora de su partido. Si no fuera porque el famoso viaje por las sedes ya lo emprendió en Valencia, podría hablarse de una reconquista metafórica en vez de un simple "ritornello" que ha comenzado por aburrir hasta los que le eran fieles y consideran en la actualidad que está amortizado. Aunque eso nunca se sabe del todo, existen indicios.

Si alguna impresión está dejando la nueva política es que los políticos que vienen con ella son menos duraderos que los de antes. No quiero decir que sean peores, en eso no entro, simplemente que dan mayor sensación de fragilidad, su fecha de caducidad es menor y, además, corren el riesgo de ser arrastrados al abismo por unos electores fogueados en la ola de indignación que lo mismo que le propinan una patada al caldero les patean el culo a la primera de cambio. La política era antes una profesión y una forma de ganarse la vida bastante más segura de lo que es ahora. No todo es susceptible de empeorar.