Hay muchas clases de soledades. "A mis soledades voy, de mis soledades vengo" que decían los versos de Lope. Están quienes buscan la soledad, circuntancial o temporalmente, por voluntad o por necesidad personal. Y están aquellos sobre los cuales la soledad indeseada. Suele caer como un alud implacable del que es casi imposible salir. Son las personas mayores los que más llenan ese dramático o no tanto capitulo del vivir en solitario, pero víctimas o no las hay de todas las edades.

Según un informe del CIS de ahora mismo, casi tres millones de personas en España se sienten solos sin remisión y de forma habitual, un porcentaje del 6,3 de la población, al que hay que añadir el cómputo que refiere la estadística de un 11,8 % -casi seis millones de españoles- que declara sentirse solos o en soledad algunas veces pero no siempre, de modo constante. El resto, solo sufre de este hecho o de este sentimiento ocasionalmente o casi nunca.

Claro que la soledad, como casi todo en la vida, puede ser un hecho o un sentimiento. Una cosa es estar solo y otra sentirse solo. Objetividad y subjetividad. Aunque a veces ambos conceptos puedan unirse y mezclarse, pues también son muchas las personas, seguramente, que aun estando en compañía, se sienten profundamente solas. Surge, sin querer, la imagen de tantos ancianos que habitan en residencias geriátricas, rodeados de la atención de quienes los cuidan y de quienes comparten su misma situación, pero que salvo cuando reciben la visita familiar se sienten en desolada soledad.

En nuestro país, y siguiendo los mismos datos y detalles ofrecidos por el Centro de Investigaciones Sociológicas, igual les ocurre o puede ocurrirles fácilmente a esos más de cuatro millones de personas, un 10 % casi de la población, que viven solas y que ocupan el 25 % de los hogares, dentro de una ancha franja en la que caben todas las edades y condiciones pues la destrucción progresiva de la familia tradicional aporta mucha soledad y mucho dolor a una sociedad que ha perdido valores y referencias morales y éticas. Solo les queda eso: la soledad, de la que algunos quieren salir desesperadamente y otros no pues se encuentran cómodos en un hedonismo al que se habitúan.

Lo peor es que por mucho que se proclame lo contrario, aunque solo sea mera retórica, tampoco la familia resulta a la postre el último refugio. No siempre se puede contar con todos, sea por culpa de unos o de otros, por egoísmos, resentimientos, distancias o distanciamientos. El 21 % de la población no se relaciona apenas con familiares a no ser que vivan en su mismo hogar, ni se suele reunir con padres, hermanos o hijos. Por no referirse a vecinos y amigos. Están solos, viven solos, van a solos a todos los lados ya sea a la discoteca, a sentarse en un banco del parque o a misa.

Muy distinto todo por desgracia a como fue antes, en un día no tan lejano, o como es ahora mismo en otros países, en otras culturas. No es de extrañar que el 1 % de la población española se declare total y absolutamente infeliz, sin remedio.