Las elecciones de España nos dejan muchos interrogantes y algunas cosas claras respecto a los electores y a España misma. Lo primero que vemos es que depositar un voto va más allá de escoger un partido, un candidato, una ideología o un programa, son todos los sueños, las esperanzas, las necesidades, los anhelos y los desencantos de los ciudadanos. Un voto va más allá, sin llegar a la fidelidad de los seguidores de un equipo de fútbol que seguirá coreándolo y aclamándolo, aunque perdiera todos sus partidos, aquí vimos una cierta continuidad a las posturas anteriores, con algunas disidencias como la anciana de Sevilla que entrevistaron en la televisión. Quien, después de votar toda su vida por el PSOE, dijo que había votado por el PP "porque esperaba que Rajoy subiera las pensiones como lo había prometido, o eso creyó entenderle ella", o la postura de algún señor mayor que votaba a Rajoy porque su "aplomo y compostura en el debate televisado le había convencido".

Si cada español depositara con su voto un deseo, como si las elecciones tuvieran en lugar de una urna una cajita mágica, pediría bien poco, cosas sencilla: un poco más de dinero para vivir mejor, poder irse de vacaciones como los ricos, un mes y un piso propio frente al mar, cambiar el coche, poder pagar la hipoteca o el alquiler, son cosas simples, básica, que no parecen difíciles de conseguir si miramos lo que pedirían en otros países: la paz, protección ante delincuentes, narcos, guerrillas, paramilitares y terroristas; un presidente que no me mate de hambre o a balazos, que construya viviendas, hospitales y escuelas en lugar de bombardear los que hay; comer siguiera tres veces al día, salud para todos, justicia, un pedazo de tierra donde vivir dignamente, una escuela para los hijos, libertad, tolerancia y respeto a las divergencia y mil necesidades básicas y fundamentales, los españoles solo piden un poco más de bienestar y estabilidad, no vemos grandes sueños, tampoco ideología, un miedo moderado a las nuevas corrientes, seguramente de los mayores que como en el Reino Unido, dan la espalda a las ideas diferentes, integracionistas o de ruptura de los viejos tiempos.

Hace algunos años, una señora mayor me decía que ella votaría por Franco si pudiera, sus razones eran históricas, había vivido la Guerra Civil de niña y había visto irse sin retorno, padre, hermanos y tíos, había vivido bombardeos y pasado hambre, ante ese panorama Franco aparecía como él líder que le había dado la España la estabilidad y el de bienestar que ahora tenía. Todo depende del cristal con que se mire.

Hay cinco tipos de españoles, según las urnas: los que están muy bien y no desea que nada cambie, los más disidentes y alejados de las políticas centrales, los más descontentos, a los que todos los líderes debería mirar con mucho más cuidado y atención, los profundamente disgustados y separatistas, Cataluña y el País Vasco tienen mucho que decirnos a todos y especialmente a los líderes de este país, hay que escucharlos y entenderlos para legar a hacer de España un país de hermanos y de iguales. Hay zonas de España fieles a sus principios y a su ideología tradicional, la Andalucía más profunda, también hay que escucharla, "como se ve de lejos Madrid, cuando uno vive en Sevilla", me decía hace unos días un sevillano.

Qué poca ideología vimos en estas campañas, qué pobres propuestas, qué debates tan sosos, qué falta de fervor partidista, qué distancia entre españoles, qué poco interés de una parte de los ciudadanos, como si la indiferencia y el hastío infectara uno de cada cinco españoles; por otro lado, qué lección de orden y ciudadanía, qué pocos problemas de fondo que nos separan, qué situaciones tan fáciles hay que resolver, qué civilizadas las contiendas y mínimas las diferencias; ánimo, tenemos un gran país donde vivir, pongámonos de acuerdo, escuchemos a los descontentos y a los que se sienten marginados, respetemos nuestra historia e ideología heredada, equilibremos los votos de la minoría y contribuyamos en la medida de nuestras posibilidades a seguir construyendo este gran país.