Debe ser cierto lo del cansancio popular por la repetición de elecciones, pero las audiencias del Debate a cuatro del lunes pasado, organizado por la Academia de TV, dicen lo contrario. Diez millones y medio de espectadores, es decir, la misma cifra que en el Cara a Cara Rajoy-Sánchez del 14 de diciembre. Es más que un empate. Ahora tiene más valor porque entonces era invierno y con menos horas de luz y eso cuenta: los consumos televisivos retroceden en verano. Si esa cifra se extrapolara a las urnas querría decir que la participación podría ser similar, aunque las encuestas no anuncian eso precisamente.

Máxima tensión y máxima sensibilidad. Durante el debate se le cayeron unas bandejas a un camarero un piso más abajo, pero en el espacio abierto en el que se montó el plató de TV el ruido se coló por los micros abiertos. "Ha sido un foco", se temió. No. "Qué casualidad que se le han caído cuando hablaba Rajoy", comentó un alto cargo del PP. Pues sí, casualidad. El camarero no sabía quién estaba hablando en aquel momento porque estaba en un pasillo abierto sin teles. Susceptibilidad máxima y sensación de que el resultado está en un pañuelo. Cualquier gesto, una palabra de más, un tropiezo, un pequeño golpe imaginativo, se magnifica. Nadie se fía de nadie.

Otro ejemplo: Albert Rivera regateó el viernes a la alcaldesa Ada Colau que denegaba el permiso para instalar grandes pantallas en las calles de Barcelona para seguir el partido de la selección española. Ciudadanos pidió autorización para un mitin, y la alcaldesa hubiera cometido un delito de haberlo denegado, pero conectaron con el fútbol. Es solo un regate pero dio juego y encima goleó España.

Todo está muy calculado en los discursos y en los gestos, pero la impresión es que las encuestas van por un lado y la calle lo ve diferente. Por ejemplo, según el sondeo particular de cada uno, pasiones aparte, se suele reconocer que en el debate la sorpresa positiva la dio Albert Rivera, del que quizás por su actuación de diciembre en Atresmedia se esperaba menos. Sin embargo, las encuestas dicen que ganó Pablo Iglesias y en las redes sociales, feudo podemita, arrasó.

En los discursos se puede leer la preocupación de cada partido. Fíjense cómo se aplica Podemos a hablar de la mujer -se vio en el minuto final de Carolina Bescansa en Antena 3- porque las mujeres, según las encuestas, se inclinan más por el PSOE. Entretanto, Mariano Rajoy da un mitin en una vaquería o pronuncia la frase de la semana: "Me emociona ver un campo de alcachofas como este". Sí, sí, ríanse. Hay una buena cosecha de votos detrás de esa frase, unida a la de que "en el campo viven millones de personas y tienen los mismos derechos que los que viven en las ciudades". Rajoy, siembra y abona el mundo agrícola porque un puñado de votos en cada provincia puede decidir un diputado. No olviden: el domingo 26 no hay una elección sino 52, una por provincia, más Ceuta y Melilla. La batalla es puerta a puerta.

Pero antes, el jueves, tenemos otra prueba electoralmente determinante para nuestro futuro, aunque no votemos. El referéndum británico para la salida de la Unión Europea puede desencadenar un Apocalipsis. Como Escocia quiere seguir siendo europea, si gana el "brexit" volverá con su referéndum de independencia. Irlanda del Norte está en esa línea e incluso Gibraltar. Pero peor aún, otros estados miembros de la Unión pueden seguir el ejemplo británico de la consulta azuzados por cualquier forma de populismo eurófobo.

Paul Preston, el prestigioso historiador, ha sido rotundo: "Cameron es un irresponsable por prometer esa consulta". "Las elecciones las carga el diablo", decía el otro día Pablo Iglesias, y los referéndums, también. Cameron está a un paso de entrar en los libros de historia como el primer ministro que apretó el botón del inicio de un desastre.

¿Influenciará el resultado del jueves sobre nuestro voto del domingo? Aquí, de verdad, nadie sabe nada, salvo algunos listos que siempre aciertan la quiniela del día después. Vienen noches electorales de infarto.