La multiplicación de robos en las iglesias de los pueblos zamoranos está causando rabia, inseguridad e indefensión. No es para menos. Los robos se producen generalmente de noche, cuando los habitantes, en su mayoría ancianos, están recogidos en sus casas o ya acostados. Los ladrones lo saben y actúan amparados por la oscuridad.

¿Qué se puede hacer para evitar este desaguisado? Habrá que reforzar la vigilancia por parte de la Guardia Civil, que ya suele patrullar durante la noche en algunos pueblos. Otra medida puede ser la instalación de alarmas en las iglesias. En la ermita de Pajares de la Lampreana se instaló una alarma hace ya varios años. Es una buena iniciativa poco costosa para proteger tallas o piezas de valor, como imágenes de santos, de Cristos y de Vírgenes, cálices, copones, etc.

El objetivo ahora es aprehender a los ladrones. Es probable que se trate de bandas organizadas. Asimismo, habrá que reformar algunas leyes para que los delitos, tanto de gran tamaño como de escaso calibre, no gocen de tanta impunidad. Los ladrones saben muy bien que en España la justicia es lenta y poco punitiva. Es incuestionable que robar nunca tiene que resultar rentable. La única forma eficaz de frenar los delitos es endurecer las penas y garantizar su cumplimiento.

No hace muchos años los conductores de coches se burlaban de las multas de tráfico y tildaban de incautos a quienes las pagaban. Todo cambió cuando se puso en marcha el embargo de las cuentas bancarias por impago de las multas de tráfico y se empezaron a quitar puntos del carné de conducir. Actualmente, no pagar las sanciones de tráfico ya no es de incautos sino de insensatos.

Robar en una iglesia no es solo un acto sacrílego, sino también y sobre todo una rapiña a todos los parroquianos. Aunque la iglesia pertenece jurídicamente a la diócesis, es un patrimonio secular de la gente. Las iglesias forman parte de la tradición y de la cultura de los pueblos. He podido comprobar que incluso quienes son poco adictos a las misas no suelen faltar a los funerales, ni a las fiestas patronales.

La gente que vive en los pueblos se siente cada vez más abandonada y desprotegida. Temen con fundamento que durante o después de los asaltos a las iglesias le toque el turno a sus propias casas. Se han dado ya algunos casos de robos en domicilios de personas que no viven habitualmente en los pueblos pero que van a ellos algunos fines de semana y durante el verano. Suele ser una casa familiar, habilitada como segunda vivienda. Estos paisanos, aunque no estén censados en su pueblo natal, contribuyen a incrementar el comercio y el negocio de los bares.

Hay pueblos, como Pajares de la Lampreana, en los que en verano hay varias decenas de jóvenes que llenan de vida, entusiasmo y bullicio las calles y las plazas del pueblo. Son nietos de personas nacidas en el pueblo; contribuyen con su presencia a revitalizar y alegrar las fiestas. Si la inseguridad se instala en las zonas rurales, se frenará esta aportación de savia nueva a unos pueblos envejecidos. Es un factor más para acabar cuanto antes con los robos.