El temor generalizado es que la campaña del 26J sea la más aburrida de las vividas. Sin embargo, se van delimitando en el horizonte próximo tres duelos, o quizás cuatro, que pueden contribuir a vencer el letargo. Primero, el Rajoy-Sánchez, es decir, el clásico que sustituye al Zapatero-Rajoy o al González-Aznar de toda la vida. Como novedad, en segundo lugar, el Rajoy-Iglesias, con el que sueñan ambos contendientes para sepultar mediáticamente a los demás. Y el inesperado Rivera-Iglesias que el primero busca y el segundo elude. La cosa empieza a ponerse más interesante. Si acaso, cabría añadir el Sánchez-Iglesias por el liderazgo de la izquierda.

Sobre el primero, el Rajoy-Sánchez, poco queda por decir. Vendría a ser la continuidad del bipartidismo, o más bien, después de lo visto en el 20D, la pugna por el liderazgo de un eventual bloque de centro derecha o de centro izquierda. En segundo lugar, la tensión entre Rajoy y Pablo Iglesias va a tratar de dominar la campaña. El eslogan de campaña del PP ya lo adelanta: "Populares frente a extremistas". A ambos partidos les conviene esa formulación. Es la teoría que se conoce en Física como el arco voltaico, mucha tensión eléctrica en los extremos hace saltar la electricidad entre los dos polos, electrocutando lo que encuentra en medio. Todo el aparato mediático que controla el PP en medios convencionales -prensa, radio y televisión- más los aguerridos combatientes digitales de Podemos en redes sociales, tratarán de imponer ese esquema de campaña como si la cosa estuviera entre ellos dos. Con muchos menos recursos, tertulianos y acierto, al menos hasta ahora, los socialistas intentarán romper ese frente para devolvernos al clásico PP- PSOE.

Pero hay una novedad: Albert Rivera quiere disputarle votos a Pablo Iglesias. Esto no se había visto hasta ahora, cuando parecía que Ciudadanos trataba de arrastrar votantes del PP hartos de la imagen de la corrupción, o socialistas desencantados, especialmente en Cataluña, donde el antiguo cinturón rojo de Barcelona es cada vez más naranja. Albert Rivera lo tiene claro: desmintiendo la teoría de Pablo Iglesias de que aquí lo que se libra es la batalla entre lo viejo y lo nuevo, él quiere presentarse como el "cambio a mejor". Por tanto, plantea la batalla de lo nuevo que quiere conservar los logros para mejorar la situación, frente a lo nuevo que quiere un cambio que, a su juicio, "puede llevarnos a peor". Tendrá trabajo Rivera para asentar ese duelo porque ni cuenta con los medios de comunicación que controla el PP, ni con la munición digital de Podemos.

Rivera busca el cuerpo a cuerpo con Iglesias y para ello ha aceptado todos los debates cara a cara con Pablo Iglesias que le plantean. ¿Veremos ese combate dialéctico que resultaría de tanto interés? No es seguro. Hay televisiones y radios que cuentan ya con la aceptación de Rivera pero los estrategas de Podemos no confirman por ahora la participación de Iglesias. ¿Terminará aceptando? Apuesten a que no. Ese duelo rompe el planteamiento de la tensión PP-Podemos, tan rentable para ambos, e introduce la duda en los votantes que quieren cambio, de si conviene más votar a Rivera, partidario de las reformas, o a Iglesias, predicador de la ruptura. Estén atentos a esa pugna porque supone lo más novedoso e interesante de la campaña que nos aprestamos a vivir.

Queda otro duelo, el cuarto: el liderazgo de la izquierda que pretenden Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. En la primera vuelta, y frente a los augurios de victoria de Podemos, el socialista, aunque retrocedió, se mantuvo por delante.

A la segunda acude Iglesias con los refuerzo de una Izquierda Unida que ha asumido un papel de gregario en esta pugna, con serias críticas internas protagonizadas por Gaspar Llamazares, solo por una razón: porque esta ahogada en deudas. Por la misma causa por la que Tierno Galván, con seis diputados, entró en el PSOE al que había combatido discretamente en el franquismo. Ya ven, las deudas también hacen extraños compañeros de cama y se entremezclan con los duelos clave de la campaña.