En Padornelo, pequeña localidad de la alta Sanabria donde pasé algunos veranos de mi niñez y adolescencia, tienen misa tan solo una vez cada mes o incluso cada dos meses. Miento? Disculpe el lector, me acabo de confundir: tienen misa cada domingo por la tarde en el santuario dedicado a la Virgen de la Tuiza, a una decena de kilómetros, donde todos nuestros abuelos se reunían con gran devoción a la Virgen.

Cada domingo de mayo a septiembre un grupo de los pueblos de alrededor acuden para la celebración de la misa dominical, para encontrarse con María y para encontrarse con los demás cristianos de la zona. No son todos, pero son casi una cincuentena de fieles unidos por una fe que les motiva a moverse para encontrarse como Iglesia con el señor resucitado. Es cierto que existen fieles comprometidos en las parroquias, pero no todos sienten la necesidad de salir al encuentro del señor en la eucaristía.

Es una tónica generalizada la escasez de sacerdotes para mantener la estructura parroquial y territorial heredada de la una Iglesia más numerosa o al menos más practicante que la actual. La carga social del domingo no es igual para unas edades que para otras: mientras que para las generaciones jóvenes es el momento de la diversión y el ocio, para las generaciones más mayores, la rutina dominical de la misa en torno al mediodía y la visita al bar con los amigos es algo difícil de sustituir.

No nos confundamos: algunos sienten la necesidad de salir a otros lugares, otros tantos de celebrar la eucaristía dominical en su parroquia independientemente del día (sábado en la tarde o domingo durante todo el día) pero la mayoría sienten esta necesidad de la costumbre dominical. Como prueba, la cantidad de propuestas para la solución de este "problema": desde las celebraciones de la palabra al reclamo de "párrocos laicos", pasando por otros actos de piedad. Llama poderosamente la atención que todos estos servicios cultuales estén situados en su inmensa mayoría en el domingo por la mañana.

Un obispo nos dijo en una conferencia sobre estas dificultades que a menudo la Iglesia es pobre, y como las madres pobres "alimenta a sus hijos aún de forma imperfecta". La cuestión es qué nutrientes no queremos que falten a nuestras comunidades. Pensémoslo. Sigamos reflexionándolo.