Y Dios castigó a Caín expulsándolo a otro lugar muy alejado de su familia. "¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?" le había respondido un poco antes, cuando Dios le preguntó por Abel, al que le había quitado la vida. Para evitar que terceros pudieran tener la tentación de matar al confeso fratricida, Dios le hizo una marca especial que le distinguiría de los demás, para que se tuviera en cuenta que aquel que osara matarlo sería castigado siete veces. Lo cierto es que con la envidiosa y cerril actitud de Caín, su hermano Abel perdió la vida y él se las tuvo que ingeniar para labrarse un futuro en lugar distinto al del resto de la familia. De haberse llevado bien con su hermano, su historia habría cambiado sustancialmente, ya que ambos se habrían repartido la agricultura y la ganadería tan ricamente, habiendo llegado a ser unos prósperos hacendados.

La justicia y la solidaridad son viejas virtudes que suelen ser valoradas por los hombres, no así la envidia que además de ser mala consejera suele acarrear más de un problema. Y si no que se lo digan a Caín, que debió pasarse la vida mirando para atrás no fuera a ser que apareciera algún desaprensivo dispuesto a quitárselo de en medio. Y es que, como los seres humanos somos unos puñeteros, más nos vale llegar a un mal acuerdo que ir a la guerra; sobre todo si se llega a perder, porque en ese caso puede uno quedarse en calzoncillos en mitad de un páramo seco y desolado traspasándole las entrañas.

Viene esto un poco a cuento de la envidiosa y áspera actitud del delegado de la Junta de Castilla y León en Segovia cuando manifestó que el funcionamiento en Zamora de una unidad de radioterapia era un disparate: vamos, que los zamoranos no nos merecíamos tal servicio, aunque venga funcionando con rigor desde hace once años. Tal fue la desvariada estrategia que usó para exigir que la citada unidad estuviera en Segovia en detrimento de Zamora. Fue tan mezquina su actitud que en lugar de reclamar otra unidad para Segovia, prefirió que se puteara a una provincia hermana, tan necesitada de ese servicio como cualquier otra, incluida la que él pretendía defender.

Pero ahí no acabó la cosa porque, como es sabido, los políticos están tan preparados que saben de todo, y no tardó en salir a la palestra la alcaldesa de aquella ciudad apoyando las tesis del eminente político- radiólogo-delegado segoviano. Parecería más pertinente que fueran los técnicos y los científicos los encargados de resolver estas cuestiones pero, desafortunadamente, son los políticos quienes tienen el grifo de los euros, y por tanto quienes deciden. Los expertos de Zamora en temas radiológicos, a diferencia de los representantes segovianos, no les ha importado dejar en casa el caballo de Pavía, y han justificado la conveniencia, como también la necesidad, de disponer de este tipo de tratamiento en nuestra provincia, con datos concretos, y mientras alguien no demuestre lo contrario, sus conocimientos no deberían ser cuestionados.

El "pepero" delegado de la Junta y la "pesoísta" alcaldesa segoviana han intentado cargarse la unidad radiológica zamorana pero, de momento, parece que no lo han conseguido, ya que la Junta no ha hecho mucho caso a sus desafortunadas declaraciones, al absurdo, egoísta y disparatado cainismo que han puesto en práctica, frivolizando sobre algo tan serio como lo es el sistema sanitario.

Por cierto que la vicepresidenta de la Junta, Ana Sánchez, no perdió un minuto en pedir el cese del furibundo delegado, sin mencionar si debería llevar o no una marca protectora, al estilo de la de Caín. Es de suponer que la procuradora zamorana pedirá lo mismo para la alcaldesa que milita en su mismo partido, ya que en caso contrario se le vería demasiado el plumero. Con lo guapos que podían haber estado calladitos, unos y otros, con su huerta y sus ovejitas: como los hijos de Adán y Eva que vivían tan felices antes de haberla cagado.