En aquellos ya tan lejanos tiempos de la posguerra española, cuando dicen y era verdad que la vida era en blanco y negro para la mayoría, vencidos y vencedores, los escolares padecíamos largas jornadas lectivas, de mañana y tarde, que se completaban, sádicamente, con las tareas, con los deberes para casa. En los inviernos se iba al colegio por las mañanas casi de noche y al acabar las clases de la tarde, era ya noche total. Se merendaba, y otras dos horas más para cumplimentar los ejercicios y problemas, hasta empalmar con la hora de la cena. Así un día y otro día y otro.

Todo ha cambiado mucho desde entonces, sobre todo los planes de enseñanza que varían según gobierne uno otro partido, el PP y el PSOE, mientras la calidad de la educación sigue descendiendo a pasos agigantados que no tardarán en pasar una factura más cara aún. Igualmente han cambiado los horarios de clase que ahora, en gran parte ya de los centros, se limita a la jornada matinal, lo que en teoría deja la tarde libre a los alumnos, algo con lo que ni podíamos soñar los de aquella época. En teoría, porque en realidad las tareas extraescolares programadas y los profesores particulares a los que hay que recurrir en tantas ocasiones, dejan las cosas como antes.

Porque el hábito, la costumbre, la rutina, de los deberes del colegio para casa no ha variado en absoluto. Y no solo en España, sino en todos los países de Europa. Es algo bien enraizado. Pese al debate que suscita, con docentes que abogan por su desaparición, y otros, los más, que consideran necesario para la formación el continuar las tareas en el hogar, dentro del ámbito de la familia. En Francia, no hace mucho que padres de alumnos organizaron una huelga de varios días para protestar contra los deberes, y más en concreto contra los deberes excesivos.

En España, igualmente, se han promovido iniciativas en contra de este largo horario lectivo, pero no ha habido mucho éxito a juzgar por los resultados, aunque continúa abierto el propósito. Consideran que la carga de trabajo apenas permite a los niños jugar -aunque siempre encuentren hueco para los videojuegos- y relacionarse, salvo las horas de recreo en el mismo colegio, sin apenas descansar, todo lo cual, y según han informado los psicólogos, puede causar estrés a los menores, y otras molestias físicas, llegando a temer y odiar la asistencia a las clases, lo que repercute en el fracaso y abandono de los estudios. Desde luego, los datos que se conocen confirman que las tareas diarias que se imponen a los menores están claramente por encima de las que se producen en otros países.

El caso es que ya son muchas las voces que claman en este sentido, pues a un reciente informe de la OCDE acaba de unirse ahora la Organización Mundial de la Salud que avisa sobre el peligro que puede llegar a suponer tal exceso. España es el quinto país con más deberes: 6,5 horas semanales frente a las 4,9 de media en los demás sitios. Alrededor del 30 % de los alumnos se sienten presionados, y eso los de 11 años, porque el porcentaje de agobio en los de 15 años se duplica. Demasiado.