Mientras las cornetas y los tambores empiezan a abrirse ya un hueco personal y colectivo en el alma, casi tan grande como el del propio silencio, Castilla y León queda envuelta de nuevo en la gravedad de la Pasión de Cristo. El trágico preludio al júbilo de la Resurrección y a la materialización última de la esperanza tiene su reflejo en la que, probablemente, sea la más espectacular expresión de la religiosidad popular y de la creencia de que el ser humano no camina en soledad entre las tinieblas.

Sin duda, el hecho religioso y la esencia espiritual de la Pasión están por encima del resto de cuestiones terrenales (turismo, gastronomía?). Aunque, sinceramente, no debemos abstraernos del hecho cierto de que la Semana Santa se disfruta y se comprende de verdad cuando se entremezclan todas sus posibilidades y se establece una gradación adecuada. Y en ese escalafón, la fe se lleva la palma, sin que ello reste protagonismo a la dimensión cultural, turística y económica de uno de los acontecimientos sociales más relevantes y multitudinarios de España.

La faceta turística y, por tanto, económica de la Semana Santa de Castilla y León es indudable y hay que defenderla y potenciarla, como bien saben los responsables de todas las instituciones públicas. No es casual que la Junta de Castilla y León respalde en pleno la Pasión desde todas sus vertientes, a sabiendas de que tenemos el mejor escenario monumental y las más destacadas obras de arte, a lo que se suma una potente estructura hotelera y una moderna red de comunicaciones para generar la más completa e inolvidable experiencia para el visitante.

Durante la Semana Santa de 2015, las carreteras de Castilla y León registraron más de dos millones de desplazamientos y muchos de ellos estuvieron motivados por la forma de celebrar la Pasión en decenas de pueblos y ciudades. Algunos de ellos, sumamente privilegiados por su buen hacer y la fama alcanzada con la declaración de Fiesta de Interés Turístico Internacional, y otros muchos, camino de conseguirlo gracias al empuje de los fieles, de las instituciones y de todo el entramado social que rodea a la celebración.

Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Palencia, Ávila, Medina del Campo y Medina de Rioseco, en cualquier orden de elección, son vistosos y clarividentes ejemplos de lo que el reconocimiento público supone para una localidad, en una comunidad autónoma que hace años que se ganó la atención nacional e internacional por su amplísima oferta histórica, artística, cultural, gastronómica, enológica, natural y de ocio. Todo ese bagaje ha convertido a Castilla y León en "el destino ideal", tal y como lo definió hace unos días la consejera de Cultura y Turismo, María Josefa García Cirac, en la presentación que, bajo el lema "Más cerca de ti", protagonizó en Madrid nuestra Semana Santa, con cerca de medio millar de procesiones y acontecimientos culturales. Un acto de divulgación que ratifica que no hay que dar una puntada sin hilo, ya que de la capital de España partieron hacia Castilla y León un millón y medio de visitantes durante 2015.

Castilla y León ofrece un paquete de más de 200 experiencias turísticas durante la Semana Santa, explicitadas a través de Internet y con el objetivo adicional de hacer atractiva la región en cualquier época del año, aprovechando el tremendo movimiento que generan los días de Pasión.

Ahora, solamente falta que el respeto, la religiosidad y la economía se conjuguen de un modo perfecto para que la comunidad reciba un espaldarazo en medio de un año provocador, lleno de incertidumbres, pero también de esperanzas.