E n el principio está el fin; en el nacimiento de un río va implícita su desembocadura; en el alfa, la omega, recoge el libro del Apocalipsis. En junio se cumplirán ocho años del congreso de Valencia que reeligió a Mariano Rajoy como presidente del Partido Popular tras perder sus segundas elecciones (con diez millones de votos) frente al PSOE de Zapatero. Fue la noche electoral de su "sabéis que soy previsible" que hizo suponer que cesaría y el PP emprendería un proceso de renovación o refundación.

Durante la primavera el proceso se truncó. Javier Arenas desde el PP andaluz y Francisco Camps desde Valencia bloquearon cualquier opción alternativa y blindaron a Rajoy. Andalucía y Valencia se convirtieron en los baluartes a los que Rajoy debía quedar eternamente agradecido y de los que, por el mismo motivo, quedó cautivo.

Arenas, nunca ha sido capaz de evitar la perpetuación socialista al frente del más corrupto de los gobiernos autonómicos (junto con el catalán), sigue siendo el personaje clave e intocable en la dirección genovesa. Da igual quienes sean los secretarios o los vicesecretarios, incluido su imitador Martínez Maíllo con quien compartió risas en el balcón de su sede en la última noche electoral pese a no ser ya diez, sino escasamente siete millones los votos obtenidos y más de sesenta los escaños perdidos.

En Valencia el Partido Popular ha ido despeñándose en las últimas citas electorales entre investigaciones por corrupción y acusaciones de despilfarro. Alberto Fabra trató de reformar hábitos pero los "barones" provinciales -ahora todos en la cárcel o de camino- se lo cargaron con la connivencia de la dirección nacional.

En 2008 hacía ya un año que yo había abandonado la actividad política activa. Aún así concurrí a aquel congreso como compromisario y presenté una batería de enmiendas a la ponencia de estatutos. Iban en la misma línea que otras presentadas por un grupo de afiliados del PP de Madrid. En resumen, primarias para la elección de candidatos, congresos abiertos a todos los afiliados para la elección de las direcciones nacional y territoriales, endurecimiento del régimen sancionador frente a quienes limitaran la democracia interna prevaliéndose de su posición dentro del partido y órganos de control interno verdaderamente independientes.

Era inviable su aprobación sin el respaldo "oficial" y éste es imposible en congresos donde todo está previamente determinado, aún así sorprendentemente dos de los redactores de la ponencia de estatutos me telefonearon y pidieron que las retirara, no sin asegurarme (evidentemente en falso), que ellos iban a convertir al PP en uno de los partidos europeos más avanzados en materia de democracia interna y regeneración.

Ahora, cuando las opciones de que Rajoy pueda ser investido presidente del Gobierno, son exactamente cero (de lo cual no me alegro), algunos en el PP me dicen lo mismo que entonces: "las cosas van a cambiar desde dentro y profundamente, solo se necesita un poco de tiempo". Pero ocho años después Valencia emerge de nuevo.

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