Mucho me temo que en unos días van a pasar ante nuestros ojos tal cantidad de imágenes que no seremos capaces de apreciar la simbología más sencilla y los gestos que nos hablan de genuina humanidad, rastros de Dios en la vida de los hombres y mujeres más humildes.

Coincide la sabiduría popular que para ver lo esencial hay que alejarse de las luces, y ¡qué cierto es! Nada hay en estas fechas más llamativo que el resplandor de las lucecitas del consumismo atroz. Las ciudades iluminadas, pero no para recibir la buena noticia de la presencia de Dios en medio de los hombres, sino para abrir la puerta al materialismo que reduce al ser humano a sujeto de consumo y objeto consumible. Esta es la verdadera tragedia. Nada hace al ser humano más vulnerable que la ausencia de criterios, de prioridades y de valores que lo sitúen por encima de las cosas materiales. Algún día las próximas generaciones recordarán que el mayor enemigo del ser humano fue el consumismo al que nos llevaron la avaricia y el egoísmo.

Reconozco que este discurso aparenta un conservadurismo religioso para una parte importante de la sociedad. Pero no conozco argumento más progresista que el que pone al ser humano en el lugar que le corresponde, gobernando responsablemente su propio destino desde la libertad.

Esto y no otra cosa es la gran noticia de la Navidad. Dios que se da libre y gratuitamente a los hombres sin más argumento que la entrega amorosa. No hay en el discurso divino ningún interés monetario, como en los modernos "led" navideños. Tampoco hay ocultismos en los anuncios y en los gestos navideños, son pura transparencia. ¿Se han fijado en los anuncios televisivos de estos años de crisis? Curiosos, cuanto menos. Empresas de seguros, energéticas, empresas de telecomunicaciones, bancos y laboratorios farmacéuticos. Los mismos que durante las penurias sufridas por la mayoría de la población han practicado la usura con la salud; los mismos que han fortalecido los cimientos del consumismo con el miedo a perderlo todo, reduciendo al ser humano a mercancía, esclavizándolo de por vida; aquellos que nos condujeron al abismo para blindarse ellos más aún.

En medio de tanta lucecita, brillarán los pequeños gestos de millones de personas que viven la Navidad como espacio de gracia para reconciliar al hombre consigo mismo, con la naturaleza, con el resto de la humanidad y con Dios. El niño, cuya llegada celebramos, desvela la grandeza de todo aquello que rezuma fraternidad, justicia y solidaridad por encima de los valores que la nueva sociedad mercantilista pretende imponer.