C astilla y León ejemplifica el desfile de candidatos de la pasarela electoral del 20-D. Pedro Sánchez, Alberto Garzón y Albert Rivera han pasado ya para darse sus respectivos baños de multitudes, erigirse en adalides del cambio y atizar en la boca del estómago a los rivales políticos. Precisamente, el líder de Ciudadanos protagonizó días atrás una jornada maratoniana que arrancó con un concurrido desayuno informativo organizado por El Día de Valladolid. Hay quien, por cierto, llevado por su desencanto, quiso ver por momentos en el joven político a la figura fulgurante y de renovación que tanto anhelan las bases del PP cuando el efecto óptico situaba el rostro de Rivera bajo el epígrafe Popular, entidad financiera que respaldaba el acto.

El presidente de Ciudadanos concita tantos aplausos entre el empresariado como colas de jóvenes entusiasmados por hacerse un selfie. Es el hombre del momento. Domina la escena, tiene la voz timbrada y lanza mensajes cortos y contundentes. Ha conseguido que mucha gente crónicamente enfadada le mire con buenos ojos y sabe dirigirse a un público atomizado para que no suene tan vacío eso de "gobernar desde el diálogo". En definitiva, el catalán español representa un hueso muy duro de roer para las poses de Pedro Sánchez, los vaivenes de Podemos y el desgaste de un Mariano Rajoy cuya posición parece situarle como nunca entre el todo y la nada.

Con la salvedad de aquel desnudo publicitario, Albert Rivera no exhibe gestos afectados y explota su imagen fresca y joven, aunque a sabiendas de que la juventud no es un valor en sí mismo. Además, se mueve como pez en el agua en el mundo digital y no muestra el menor temor ante los retos del cara a cara en televisión, cosa que parece aterrar a otros líderes políticos que tienen menos carisma y menos gracia. Y por si esto fuera poco, pronuncia sin reparos la palabra "España" en un panorama político en el que se escuchan todo tipo de giros. Así, al menos, reduce en parte el hartazgo que suscita entre los pacientes ciudadanos, los de verdad, majaderías como "este país", "este estado", "esta nación", "el estado español", "la nación española" o hasta la "nación opresora". La duda razonable es si ahora esta formación política que intenta monopolizar los beneficios del diálogo puede ser la alternativa real a la tradicional alternancia del bipartidismo y si Rivera logrará liderar el cuarto proyecto común de regeneración política que tanto necesita España. De momento, el catalán español verbaliza un discurso oxigenante que conecta y corroboran los sondeos. Lo demás ya se verá.