Cada campaña electoral tiende a ser una caja de sorpresas que uno no sabe ya cómo interpretar. La cruz y la espada, tanto monta, encierran auténticas connotaciones políticas, uno más velado y otro más ligero, como mandan las ordenanzas, se han convertido en tema electoral.

Y al tiempo surge este laberinto de siglas y de publicidad que sin duda nos obligará a cambiar nuestros buzones para no perdernos las oleadas de papel que llegarán. Las célebres listas de candidatos constituyen auténticos estudios de psicología aplicada, manantial inagotable de comentarios hasta el último día de campaña. Queda después ese periodo de ajustes y desajustes, huidas y dimisiones. Un verdadero jolgorio ciudadano en peñas y avisperos postelectorales.

Constituido el Gobierno, nos quedan esos cien días de atajo, por donde salen a relucir deslealtades, amoríos y traiciones, material indicado para una comedia costumbrista, premio Francisco de Quevedo. Pero no todo parará en esto. Pasado ese periodo de despeje de horizonte, vamos a llamarlo delicadamente político, dará comienzo el multitudinario proceso de aclarar ajustes y desajustes, fallos, cargos y descargos de una administración gigante y cuidar esos "dobletes" que pisotean el elemental principio de la democracia: un ciudadano un voto, un cargo, una nómina.