Lo que unos ven con nitidez para otros es un misterio inescrutable. Aznar saltó a la palestra al albur de los últimos resultados electorales catalanes. No arremetió contra nadie, pero aun limitándose a hacer un mero diagnóstico con muchas más preguntas que respuestas, levantó gran polvareda en el PP y sarpullidos en la frágil piel de parte de sus dirigentes.

Menos acostumbrados a la lucha política cuerpo a cuerpo y a la generación de ideas con rapidez de reflejos que a seguir al pie de la letra argumentarios de laboratorio de esos que inundan todos los partidos para ser repetidos como papagayos, las reacciones frente a las palabras del presidente de honor y "refundador" han sido de lo más variopinto y sobre todo han dejado mucho que desear en cuanto a coherencia, reflexión y acierto. Ahora, la duda que se extiende es si con estas mimbres podrá el partido popular dar la vuelta a la dinámica que lo ha llevado a perder crédito y votos a espuertas en las cinco últimas citas electorales.

No es con el nerviosismo que han sembrado los resultados y las más recientes encuestas y que parece apoderarse de ciertas estructuras de mando, con lo que el PP va a resolver sus incógnitas ante las próximas elecciones generales. Tampoco con el inmovilismo. Mirar para otro lado, o más bien seguir mirando para el mismo lado como si nada estuviera pasando es el peor de los caminos salvo que se confíe ciegamente en algún milagro para estos dos meses que nos separan de las urnas.

Es por ello que la llamada de atención de Aznar, con independencia de las filias y fobias que como personaje genera, es una llamada a tiempo y conveniente. Otros políticos de los que saben de ganar elecciones están marcando ya movimientos en caminos distintos del nerviosismo sin cabeza o el inmovilismo.

Feijóo ha hecho movimiento de refuerzo y posicionamiento en su Gobierno en Galicia y Herrera, que gobierna Castilla y León se ha apoyado en el pacto suscrito con Ciudadanos en el momento de la investidura para hacer la primera gran propuesta que debería cambiar la cara, el alma y la percepción que los votantes han empezado a tener del hasta ahora partido homogéneo del centro derecha español.

Herrera propone y da carta de naturaleza a la exigencia que algunos venimos defendiendo hace años (por mi parte incluso en varias enmiendas a la ponencia de Estatutos presentada hace ya siete años, en el congreso nacional que el PP celebró en Valencia), de mayor apertura y democracia interna. Listas abiertas y primarias internas ha dicho, alto y claro, Herrera. Y ese ha de ser el primer paso de una obligada refundación que el PP debe emprender para adaptarse a nuestro tiempo. Ello con independencia de que los pactos le permitan o le impidan seguir gobernando en España una vez pasen las calientes Navidades que nos esperan.

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