No abundan los rostros amables en la política. Ni los rostros ni los comportamientos y actitudes que con buenas palabras y una amplia sonrisa son más llevaderos. Me gustan los políticos que sonríen, no los que se ríen de nosotros. Me gustan los políticos que nos dan la mano y no solo para pedir el voto, los políticos cercanos, los que nos llaman por nuestro nombre e incluso son capaces de conocer nuestras tribulaciones. Me gustan los políticos que, en nuestros momentos bajos o malos, se acercan sin llamarlos, interesándose de verdad, porque eso se nota. Me gustan los políticos que hacen el trayecto por la política a pie de calle sin utilizar tanto el coche oficial. Me gustan los políticos con la capacidad necesaria para el ejercicio de la generosidad y de la solidaridad. Una generosidad y una solidaridad que no consiste, que también, en meter la mano en el bolsillo del pantalón o en el bolso de mano si es mujer. Me gustan los políticos que son buena gente.

No quiero políticos interesados, ni advenedizos, ni culos de mal asiento, ni esos que tienden a prometer lo que están convencidos que nunca van a dar. No me gustan los políticos que por delante te dan una cara y en cuanto te das la vuelta hacen y dicen lo contrario. No me gustan los políticos que anteponen la ideología al interés de los ciudadanos que somos la empresa de colocación más importante de España. No me gustan los políticos ruines, los políticos zafios, los que son incapaces de mostrar un sentimiento de ternura, los que miran por encima del hombro, los que se sienten superiores, los del ande yo caliente y ríase la gente. No me gustan los políticos estirados, los prepotentes que han dejado de estar de moda hace mucho tiempo, aunque algunos, por esas carambolas de la política, siguen subiéndose al carro.

Algunos políticos interpretan mal eso de la cercanía. Creen que cercanía es ir desde casa al trabajo andando. Y no. Cercano es perder o puede que ganar el tiempo con un anciano en una conversación, darle una patada al balón con el que están jugando unos niños, condolerse en el dolor y regocijarse en la alegría de sus semejantes ciudadanos. Y hacerlo de corazón. Pero, quizá eso sea mucho pedir a ciertas especies de la casta y también de la caspa que están resultando ser peores, más sectarios, más retorcidos y más interesados porque, al final, no nos engañemos, todos van a lo que van, no al bien de los ciudadanos sino al de su cuenta corriente, su bienestar y el de los suyos.

Tengo para mí que la paloma de Alberti, aquella que se equivocó en tantas ocasiones, está anidando en la Casa de las Panaderas. Y sería una pena. Por eso es de agradecer que frente a las negaciones constantes de unos haya otros, como Antidio Fagúndez Campo, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora, siempre en la línea de ayudar a los colectivos más desfavorecidos, defender a los ciudadanos y representar a Zamora y a los zamoranos con dignidad. Antidio siempre tuvo eso que se dio en llamar talante y además el talento necesario para enmendar la plana cuando algo no se hace bien. Desde su toma de posesión, se multiplica y está en todos los pequeños y grandes acontecimientos que necesitan la rúbrica personal del Ayuntamiento, hasta el punto de que, en pocos meses, se ha convertido en el rostro amable del Consistorio zamorano.