La ruta "oficial" sería la que seguía para iniciar los cursos: Camarzana-Zamora en el autobús de la línea Zamora-Santibáñez de Vidriales; Zamora-Medina del Campo, en el tren de esa línea; en Medina me presentaría al jesuita que, desde Madrid, venía encargado de guiarnos y nos llevaría hasta Torrelavega. Y, en esa ciudad santanderina, nos instalaríamos en los autobuses, fletados por la Universidad, que nos llevarían hasta la misma Universidad Pontificia de Comillas. Los sucesos de ese recorrido eran comunes a los del resto de los estudiantes.

Consecuencia de la única excepción a mi puntual cumplimiento de los Reglamentos, tanto del Seminario de Zamora como de la Universidad de Comillas fue el trato con dos hermanos seminaristas en Comillas domiciliados en León, hijos del secretario de la Diputación Provincial. (Ambos reglamentos prohibían, bajo fuertes penas, el trato entre estudiantes de diversas comunidades). En Zamora, la infracción me proporcionó uno de los mayores castigos que se podían imponer; aunque el hecho que lo motivó estaba muy justificado, en mi criterio. Se trató de explicar una lección de Latín a un menor que era alumno mío en los veranos. El trato con menores en Comillas tenía lugar a través de la Schola Cantorum. Constaba esta de Tiples, Contraltos, Bajos, Barítonos, Tenores Segundos y Tenores Primeros. Yo pertenecía a estos últimos; los dos leoneses pertenecían respectivamente a los Contraltos y a los Tiples. Nuestros contactos eran muy breves y siempre en el conjunto de los miembros de la Agrupación Coral, pero de ahí nació una verdadera amistad.

Asuntos personales o familiares, sobre todo relacionados con mi única hermana, ocasionaron algunos viajes míos a mi residencia y a Zamora. Movido por la amistad con los dos hermanos leoneses, mi ruta desde Calzada de Tera hasta Comillas sufría una especial alteración: desde Calzada, iba a Benavente en el autobús de línea; en Benavente, tomaba un autobús que me llevaba a León. En León tomaba el tren hasta Venta de Baños y allí subía al tren que me llevaba hasta Torrelavega. De Torrelavega al pueblo de Comillas me llevaba también otro autobús de línea. Del pueblo a la Universidad subía a pie.

Pero, así como la ruta oficial me hacía dormir en el tren, mi ruta particular me obligaba a hacer noche en León, donde transcurría, a veces, parte de un día. Recuerdo que en un viaje que hice, habiendo recibido ya las Órdenes Menores (y vistiendo sotana, por consiguiente), se me ocurrió pasear por un parque a orillas del Bernesga. Coincidí allí con un sacerdote anciano; y lo curioso fue que unos niños, que jugaban en el parque, siguiendo la costumbre de entonces, prefirieron al "curita" joven al anciano para besarme la mano. (El relato no contaba con esta pequeña digresión del parque). Al llegar a León, me encaminaba a casa de don Florentino Díez para pedir que prepararan algo que yo debía llevar a sus hijos "comilleses". Recuerdo especialmente una tarde en la que llegué cuando habían salido de sus respectivos centros Luis Mateo y Fernando, los hermanos menores -aunque Luis Mateo era mellizo de José Antonio, el "latino" de Comillas-. El quinteto de hermanos lo formaban Miguel Esteban, el "retórico" de Comillas, y Florentino (al que llamaban "Floro") que ya estudiaba Derecho en la Universidad de Oviedo. Doña Milagros salió a comprar lo que quería enviar a sus hijos y me dejó en casa con Luis Mateo y con Fernando. Desplegando su exquisita educación, ambos me amenizaron el rato y, cuando llegó su madre, me dijo: "José Luis: te estarán molestando". Fernando, con su vocecilla de niño de unos ocho años, le respondió: "No, mamá; si lo estábamos entreteniendo". Y así era: fueron unos ratos deliciosos que empalmaban con el que seguía con los padres, hasta la hora de la cena y posterior descanso. A la mañana siguiente, yo tomaba el tren rumbo a Venta de Baños y Comillas. Mis amigos recibían con la consiguiente alegría el envío de sus padres. Y, con el permiso especial conseguido, yo les contaba todas las novedades familiares que podían interesarles.

Ha pasado mucho tiempo y hoy conservo mi afecto amistoso con todos, aunque sólo, por carta o por teléfono, me he comunicado con Luis Mateo, ilustre escritor y brillante Académico de la Real de la Lengua. Lo que sí está vivo en mí es el recuerdo de aquellas rutas extraordinarias que yo mismo me procuraba, movido por la amistad de los Díez Rodríguez.