Mientras Rajoy y los suyos siguen tratando de convencernos de que España y los españoles van mejor, a ver si el personal les vuelve a votar, y se habla de creación de empleo y dinamización del consumo, resulta, de creer a algunos expertos, que las cosas no son así, no son lo que parecen o, más exactamente, le parecen al inquilino de La Moncloa. Y no hace falta ser economista para ello. Basta con interesarse por el comercio zamorano, por ejemplo, que ni siquiera en las rebajas de verano ha conseguido vender lo que era esperable, y eso pese a tanto oír pregonar la recuperación económica.

Para los de siempre, la situación es buena y optimista, pero para los otros de siempre, los que están en el paro, los de los contratos laborales temporales, para los que cobran sueldos mínimos, para los empleados que llevan años con el salario congelado, los autónomos, los pequeños empresarios, los de la economía sumergida, un total en el que se aglutina la mayor parte y la más débil de una sociedad a la intemperie en muchos aspectos, la situación también es la de siempre: a verlas venir. Claro que puede, según se advierte, que la culpa no sea solo del Gobierno, sino de una ciudadanía que se deja arrastrar por la inmensa rutina de los gastos hormiga, innecesarios muchos de ellos.

Estos gastos, según se explica, son esos que se efectúan por costumbre y casi sin darse cuenta, o a los que no se atiende por considerar menores, pero que a final de mes hacen un pico. Pueden ir desde las comisiones que cobran los bancos a la cajetilla de cigarrillos, el café de media mañana, las llamadas por el móvil o las cervezas de cada día. Una fuga de dinero que pasa desapercibida pero que a la postre es tan real y hace tanto efecto como los grandes gastos fijos controlados. Claro que si la gente se priva de todo se romperá la cadena del consumo, como ya ha ocurrido en los tiempos más duros de la crisis, aparte de que no solo los ricos y los políticos tienen derecho a tratar de vivir lo mejor posible.

Siempre ha habido ahorradores, personas con la austeridad por bandera, que llevan a cabo un rígido seguimiento de sus ingresos y gastos y que no permiten que los segundos superen en ningún caso a los primeros. Un modelo para los políticos. Pero igualmente siempre ha habido cultivadores acérrimos de las actitudes contrarias, aquellos que no dan al dinero el máximo valor, casi ninguno. Caso también de los políticos, despilfarradores convulsivos de dinero? público. Ejemplo de ahora mismo: 5.300 euros, dietas aparte, lleva gastados, de media, en lo que va de año cada senador -hay 266- solo en concepto de viajes a los que más transparencia no llega. La austeridad, para los demás.

Claro que hay incluso a quien no le importa el dinero. Es el curioso caso de un técnico de los ferrocarriles de Francia que ha denunciado a la compañía porque lleva 12 años cobrando 5.000 euros al mes por no hacer nada. O sea, lo mismo que aquí muchos políticos. Pero al francés le ha parecido injusta la situación, que le condena al ostracismo aun con ese sustancioso premio al que ahora renuncia, y quiere que sea revertida. Ahí se acaba cualquier otra semejanza con los vividores de la política en España.