Esta es una frase, no más que tres palabras, que siempre me ha llamado la atención. Hace quince años, en este mismo domingo, titulaba de la misma manera el comentario. Una previsión esta de "vienen días malos" que no se debe a los analistas políticos, ni a encuestas a pie de calle, sino a un pequeño grupo que se definió a sí mismo como seguidor de Jesús y que buscaba acomodo en variopinto espacio religioso greco-romano. Pero ahora el futuro incierto y la desesperanza vienen de grupos bien entrenados en profetizar desgracias, dados a resaltar el lado negro, la cara oscura, porque se trata de auto proponerse como solución a todos los males. Y el mal, ya se sabe, habita siempre en domicilio ajeno. Claro que sí, tenemos nombre para nuestros males. Los llamamos paro, y violencia de género, y separatismo, y tragedia decimos a lo que está siendo el naufragio y la desaparición de inmigrantes en aguas del Mediterráneo. Los traen aquí el hambre, situaciones de guerra y la presencia amenazante del Estado islámico.

Mostramos nuestras condolencias como quien siente lejanas estas desgracias, como si no fueran con nosotros. Allá Italia, o Grecia, o Turquía, o Inglaterra, ¡que se las apañen!... Pero, ¡traigamos hasta nosotros el problema! Cuando la sangre es nada, cuando la gente se mata por el reparto de una herencia, ¿estaremos dispuestos a compartir nuestros bienes, los de nuestra bendecida sociedad de consumo, con advenedizos? Quienes salen a la calle en son de guerra por un "céntimo sanitario", por las molestas esperas a la hora de una consulta o intervención médica, ¿verán con buenos ojos que su historial médico guarde vez y tenga que dormir a la espera del de gente llegada de fuera y a última hora? ¿Rebajaríamos sin más, unos y otros, sin algaradas callejeras ni comparecencias políticas, el techo de nuestros proclamados "inviolables" derechos a la educación, a la vivienda, a la sanidad??

Esta España nuestra envejecida, porque así lo ha querido una cegata política de limitación de natalidad, será, mal que nos pese, solar vacío para lobos y patria querida y hogar para quienes, como razonables "ocupas", la vengan a habitar. ¿Qué ley o quiénes se lo van a impedir? Es lo que ya en amplios círculos se entiende como "la muerte de Occidente". Vienen, sí, "tiempos malos" porque aquí cada cual se mira a sí mismo sin alcanzar más allá de lo que pueden dar de sí los adorados juguetes electrónicos. Añoramos, ¡cuánto necesitamos!, gente lúcida, dentro y fuera del mundo de la fe, que acierte a liberar esas fuerzas, que permitan plasmar sensatamente la tierra y lleven a encontrar para nosotros y para los demás esos bienes que solo podemos tener en reciprocidad.