Las calles de Zamora lo conocen bien. Bueno, más que las calles conocen su cuerpo enclenque y desfallecido el asfalto y las aceras. Abandonó Príncipe de Asturias para ubicarse a la puerta del que un día fuera Banesto y ahí ve pasar las tardes, tumbado en el suelo, sin que nadie repare en ese hombrecito al que los Servicios Sociales de las instituciones zamoranas están en la obligación urgente de ayudar. A mí no me molesta su presencia, me duele y me indigna la indiferencia de todos, incluso la mía propia que no tiene perdón.

No sé a usted, pero a mí, en viéndolo, no sé por qué, me recuerda al Piyayo, aquel personaje enternecedor del poema de José Carlos de Luna. Porque al igual que el genuino, el Piyayo zamorano es "un viejecillo renegro, reseco y chicuelo" con "hocico de raposo" y más mugre en la ropa añeja y maloliente que malamente le cubre las vergüenzas que la de cualquier vertedero. "¡A chufla lo toma la gente y a mí me da pena y me causa un respeto imponente!". El verso parece extraído de la realidad. Este hombrecillo no es, no tiene que ser ese espectáculo vergonzoso que se paga con la mirada de la indiferencia o la mueca del asco. No hay que tomarse a chufla su desgracia que no es otra que la soledad, el abandono, la indigencia.

No he podido entablar un diálogo con él, porque se muestra huidizo. Me gustaría saber de su vida y qué le llevó a semejante situación, pero lo que en verdad me gustaría es devolverle la dignidad que parece haber perdido, verlo de pie y no arrastrándose por el pavimento porque mi Piyayo no es ninguna alimaña. ¡Es un ser humano! ¡Es un zamorano! ¡Es uno de los nuestros! Por eso no entiendo su desprotección en la Zamora que blasona de igualdad, de equidad, en la Zamora generosa para unas cosas y tremendamente egoísta para otras.

Tengo para mí que a diferencia del Piyayo del poema, nuestro Piyayo carece de un "cuchitril" en el que cobijarse cuando el frío impone su dictadura y el calor arrecia. Sus alforjas son unas bolsas de supermercado en las que cabe todo lo que los demás tiramos a los contenedores. El otro día, sin ir más lejos, a la vista de todos, por merienda sacó de la alforja un pedazo enorme de tocino fresco que trataba de cortar con una navaja sucia y denticulada, mientras que los paseantes miraban entre jocosos e insensibles la hazaña del hombrecito que lleva cargando con esa forma de vida inhumana, se me antoja que ya demasiado tiempo.

¿Pero es que nadie en el Ayuntamiento, pero es que nadie en la Junta va a hacer algo que impida el espectáculo al que todos asisten impasibles, como si el Piyayo zamorano formara parte del paisaje urbano con figuras fuera de las habituales? ¡Hagámoslo los zamoranos! ¡Ayudemos a ayudar! Entiendo que las riendas debe llevarlas un experto, alguien que sepa conducir la situación. Para eso solo es necesario dosis de amor, de comprensión, de solidaridad. Ayudemos al Piyayo zamorano y dejemos de mírarlo indiferentes. Que no haya más chufla por parte de la gente. ¡A mí me da mucha pena y me causa un respeto imponente!