Nos pasamos media vida buscando la felicidad sin darnos cuenta de que la felicidad es algo que cada uno lleva en sí mismo sin saberlo. Los grandes pensadores y escritores de todos los tiempos han opinado sobre la felicidad. Miguel de Cervantes decía que "cada uno es artífice de su ventura". Aristóteles pensaba que "la felicidad consiste en hacer el bien". Hermann Hesse sostenía que "la felicidad es amor, no otra cosa y que el que sabe amar es feliz". Víctor Hugo solía sentenciar: "la felicidad es algo más que lo necesario". Sea lo que fuere, la clase científica ha hablado dando al traste con las opiniones y sugerencias que desde Epicteto hasta nuestros días se han vertido sobre la felicidad.

Ser mujer, estar casado, tener entre 60 y 70 años, con una genética favorable, buen estado de salud y estudios superiores son algunas de las claves para ser feliz, según la revista que edita la Clínica Mayo (EE UU).

La información de marras reconoce que la edad sí importa. Eso de la juventud, divino tesoro que te vas para no volver, tiene una parte cierta y otra que no lo es tanto a tenor de lo que la clase científica pone de manifiesto. Cierto es que la juventud se va para no volver, menos cierto es que se trata de un divino tesoro, como escribía el poeta. ¿Por qué le digo esto?, pues porque entre los 60 y 70 años es donde está lo mejor del hombre y fundamentalmente de la mujer en lo tocante a la felicidad.

Ni siquiera eso que se llama mediana edad roza la divinidad poética. Parece ser que según recientes investigaciones, la crisis de la mediana edad es una realidad y que los cuarentones sufren una especie de angustia mental que reduce al máximo sus niveles de felicidad en esa época de la vida. La crisis de la madurez parece llegar hacia los 40 años para los varones y a los 50 para las mujeres. Sin embargo, después de semejante bajón se aprecia un ascenso progresivo que sitúa a las personas de 60-70 años en la edad de oro de la felicidad. Para que luego digan.

Aunque las causas no están muy claras, los expertos apuntan a que llegado ese momento se acepta con más realismo la vida, se reconocen las debilidades, se alcanza mayor madurez e, incluso, a medida que se va perdiendo a los seres queridos se aprende a valorar mejor ciertas cosas. ¿Será posible? Es. Aunque hay quienes no maduran nunca, fundamentalmente algunos hombres que son como niños. Hay que empezar a darle la vuelta al verso y reconocer esto nuevo de "madurez, divino tesoro, que te vas para no volver".

Lo mejor de todo lo dicho, siempre según los expertos, es que las personas felices tienden a vivir más años.