Mi primera relación con el lobo fue allá por el año 1976, pasando unos días de verano junto a mis padres, emigrantes alistanos, en la pequeña localidad de Ufones que los vio nacer. Allí tuve la oportunidad de ver pasar, muy a lo lejos, lo que me dijeron que era un lobo.

De vuelta al pueblo francés de Autun, residía, y a la pregunta de mi profesora de qué habíamos hecho de reseñable en el estío, le comenté a esta y a la clase que había visto un lobo. Enfadada por la poca seriedad de mi relato, la letrada me llamó a las claras mentiroso y pasó a explicarle a mis compañeros que el lobo hacía años que se había extinguido en la Europa mediterránea: ni hay lobos en libertad en Francia ni los hay en España.

Afortunadamente, la mentada maestra estaba equivocada y aún había por aquellas fechas lobos en su hábitat en el sur de Europa, en Aliste. Pero a la pobre no le faltaba un poco de razón al creer que estos habían sido exterminados, pues de hecho este rincón zamorano y los Trás-os-Montes portugueses eran el último reducto del lobo ibérico.

Hoy en día y gracias a las políticas de conservación el lobo se ha expandido a otras regiones peninsulares: Asturias, Galicia, Castilla y en estas nuevas zonas los ganaderos han olvidado cómo protegerse de este cánido: no saben lo que es un mastín, unas carrancas o un chiquero.

No es este el caso de Aliste y la sierra de la Culebra. Aquí los ganaderos han sabido cuidarse del lobo y por tanto convivir con él desde siempre.

Así pues, cuando se produce un ataque de lobos a sus ganados no es por ignorancia o por negligencia de los pastores o vaqueros, sino por la habilidad misma del lobo y, salvo contadas excepciones en las que la picaresca ha dejado alguna que otra oveja vieja desvalida y desprotegida para propiciar este ataque y cobrar la subvención, el noventa y nueve por ciento de las veces es una desgracia personal y económica para los paisanos.

Las ayudas que ofrecen a los ganaderos afectados no son suficientes, pues solo cubren los daños por ovejas muertas, cuando también deberían hacerse cargo de ovejas o reses heridas o estresadas, abortos, perros, etcétera.

Como fuere, el hecho es que los ganaderos están descontentos y angustiados con los ataques de los lobos y ese malestar puede llegar a propiciar que se vuelva a recurrir al furtivismo, al envenenamiento, a los lazos, cepos... Y si a esto se le suma la prohibición absoluta de batidas, el mal no puede ir más que a peor.

De ahí que crea que es necesario hacer una nueva política de protección del lobo en la que quepan las batidas controladas, en las que se escoja para su caza a lobos viejos y solitarios (los más hambrientos e impredecibles), donde haya un control mayor sobre las poblaciones de lobos con collares GPS, chips, etc. y donde se vuelva a antiguos usos como el de los muladares (zonas acondicionadas específicamente donde se depositaban los cadáveres de animales, con el fin de que lobos, zorros, etcétera, los consumieran).

También la limpieza y desbroce de montes para recuperar pastos ayudaría a que creciera la cabaña de herbívoros salvajes y que los lobos tuvieran por tanto más presas a las que poder recurrir sin necesidad de atacar a los animales domésticos.

El lobo y su gestión pueden ser, bien llevados, una fuente de ingresos para esta paupérrima y olvidada comarca, buscando un turismo de estudio y avistamiento, de naturaleza, con centros de interpretación, guías, etc.

El lobo y Aliste han convivido desde siempre y espero que la estrechez de miras de unos u otros no acabe con esta historia común.

Mi última relación con el lobo fue hace cuatro años, cuando un lobo entró en mi finca y mató a mi cachorro de rottweiler. Lejos de culpar al lobo por cumplir con sus instintos, le eché la culpa a los hijos de su madre que me cerraron la parcela y a mí mismo por no haber sabido proteger bien a mi perrilla.

José Antonio Tola Blanco (Zamora)