Así se están quedando, más solos que la una, Artur Mas y cuantos apoyan la secesión de Cataluña. Después del silencio o bien cómplice o bien cobarde que se mantenía desde distintos sectores de la sociedad catalana, perdidos miedo y vergüenza, las manifestaciones contrarias a la independencia no dejan de producirse un día sí y otro también. El empresariado catalán ha sido el primero en manifestarse de una forma colectiva y tajante. A título individual lo habían hecho empresarios como el presidente de Planeta, el de Freixenet, el de Banco de Sabadell y pocos más. Ahora son las patronales CEOE y Foment del Treball quienes descartan la implicación que les solicitó la semana pasada el presidente catalán.

Se le ha dicho por activa y por pasiva que se queda fuera. Se le ha dicho en España y en la Unión Europea. Se le ha advertido de los peligros del coqueteo con los sectores independentistas que militan en la radicalidad. Artur Mas no se da por aludido. No quiere darse cuenta de que el empresariado catalán no está por la labor de aventuras de ese tipo. Y es una pena, porque está llevando la nave al garete. No hay puerto donde poder atracar el barco, pero el «president» sigue en sus trece y sin dar su brazo a torcer. El ridículo ya está hecho. Una retirada a tiempo sería lo suyo aunque me temo que no le veamos retroceder un ápice de su postura.

El presidente catalán, preso de una prepotencia que le pierde desdeña constantemente los reiterados avisos de los empresarios catalanes. El presidente de la Patronal alerta del destrozo de las relaciones, poniendo el dedo en la llaga y sin embargo Mas, el único que está en posesión de la verdad y de la razón, ve egoísta la respuesta nacional y sobre todo la respuesta internacional a la independencia, que ha sido unánime, y ha pedido «no castigar» a Cataluña sin querer reconocer que quien en realidad está castigando a Cataluña y a los catalanes son él y sus socios, alguno de los cuales empieza a recular y ya no acusa a España de robar a Cataluña como han venido haciendo, a lo largo de los últimos meses, los de la ofensiva catalanista.

No se entiende bien la postura recalcitrante del presidente catalán después de la cosecha de calabazas obtenida en España, en el resto de la Europa común de la que pretende formar parte como nación independiente y del mundo donde no cuaja faena a pesar de las costosas embajadas que mantiene abiertas, a pesar de sus viajes de «estado» un estado de opereta, y a pesar de todos los pesares. Como que se ve perdedor aunque no quiere reconocerlo. Como que ha metido la pata hasta el corvejón. Pero, antes muerto que reconocer el pecado de soberbia que le ha llevado a esta situación.

Mas está dolido porque la comunidad internacional de la que tanto esperaba se ha referido en todo momento al debate soberanista como a un asunto interno de España de la que Cataluña forma parte, diga lo que diga, argumente lo que argumente y se ponga como se ponga. Ya está una hasta el moño y un poco más arriba de la situación planteada por este señor y acólitos. La mayoría de españoles, catalanes incluidos, estamos hartos y saturados de la chulería manifiesta de este señor que sigue a rajatabla un patrón nacional-independentista basado en la provocación y en el gusto que han cogido de tocarle las narices a España. Si no les hiciéramos tanto caso a lo mejor acababan cansándose y poniéndose de una vez por todas a «treballar» por Cataluña y por los catalanes. Porque, últimamente, ni eso.