Dónde si no puede poner su grito contra la guerra el papa Francisco? Durante su alocución del ángelus dominical, el santo padre clamaba contra la guerra que se libra en Siria a cuyo fuego no se puede ni se debe añadir más leña de la que ya arde. Francisco habló con el corazón y desde el corazón, recordando a todos los exterminados por las armas químicas en los últimos días. Entre todos los que han muerto de forma tan cruenta hay niños, muchos niños. También por eso, Unicef y Save the Children han puesto igualmente el grito en el cielo recordando no solo a los niños muertos sino también a esa cifra escandalosa de 1,9 millones de niños sirios que han salido de su país. El drama del desarraigo pesa sobre todos ellos. Sin patria, sin techo, sin futuro, sin esperanza.

Este papa que nos ha tocado en suerte no es de los que se calla. Le gusta llamar a las cosas por su nombre y afrontar la realidad por dura, penosa y difícil que sea. Y no está por la labor de que el mundo se enfangue en más guerras que a todos, combatientes, víctimas y espectadores, debieran llenarnos de vergüenza. Lo ha dicho bien claro y sin que le tiemble la voz: «Las guerras llevan a otras guerras. La violencia engendra más violencia». Razón no le falta al papa. Si lo vemos incluso en nuestro entorno donde todavía no se han superado ciertas cuestiones que siguen enquistadas y supurando. No hay más que recordar ciertas proclamas y ciertas vergonzosas actitudes, ocurridas este mismo verano, que debieran llevarnos a todos a la reflexión. Hay violencia en las palabras y violencia en los hechos. Y no hace falta estar en guerra, sea o no declarada, para percibirla, para sufrirla, para sentirla. Y aquí no cabe la resignación. Hay que pasar a la acción.

«Jamás el uso de la violencia lleva a la paz», ha dicho el papa. Sin embargo los Gobiernos de países en conflicto eligen esa herramienta en lugar de utilizar la única posible que lleva al entendimiento: el diálogo. Cierto que las palabras de paz a veces están huecas, sin sentido, son más producto de una pose que de un sentimiento, que de una necesidad. Nunca la palabra paz se había prostituido tanto como en estos tiempos. Es una pena. Comprendo la desazón del papa, comprendo su constante llamamiento por la paz, dirigido a las conciencias, a todas las conciencias al igual que comprendo su petición de diálogo en la negociación porque de otra manera, la paz en Siria será imposible. En Siria se libra la guerra de nunca acabar y una de las contiendas que más refugiados está propiciando. El papa ha pedido a las partes que escuchen la voz de su propia conciencia. Lamentablemente ese consejo solo puede darse a quienes en verdad demuestran tener conciencia. Dudo mucho que Asad la tenga como también dudo que la tengan los rebeldes y fanáticos islamistas que se mueven en esa especie de batiburrillo. Y la paz así no se construye.

Se empeñan, nos empeñamos en buscar el camino que nos conduzca a meta tan anhelada cuando en realidad «No hay caminos para la paz. La paz es el camino». Nunca como ahora, aquel sueño de Mahatma Gandhi había cobrado tanto sentido.