La actriz Natalia Dicenta, la hija de los también actores Lola Herrera y Daniel Dicenta, se descolgaba fechas pasadas, en la presentación de la campaña «Decidir nos hace libres» contra la reforma del aborto, diciendo que «en el año 86 tuve que viajar a Londres para abortar y no me avergüenzo de ello, me enorgullezco». Tengo para mí, y de timorata no tengo nada, que el aborto no es motivo de orgullo. No se puede estar apelando constantemente a la defensa de los derechos del niño y manifestar alegremente y de forma un tanto banal, sentirse orgullosa de haber abortado.

A mí estas modernas que ofrecen estos testimonios gratuitos, me repatean. Cómo es posible que por una dermatitis que el galeno de turno confunde con quemaduras de cigarrillos se quite la custodia de su hija a unos padres que todavía no se han repuesto del disgusto, con el consiguiente griterío de los modernos pidiendo protección a la infancia y luego se hable tan fresca y descarnadamente sobre un hecho deplorable como es ese. Cómo es posible que se quite a unos padres la patria potestad sobre su hijo, al confundir una escarlatina con malos tratos, apelando a no sé cuántos derechos fundamentales de la infancia, y se hable de forma tan ligera sobre ese crimen de lesa humanidad que se ejerce sobre los no nacidos. Para hacer pis y no caer ni gota, oiga.

Va la actriz en cuestión y para apuntalar su «sublime decisión» apostilla: «Tuve que hacerlo porque mi país no me protegía, era muy joven y sencillamente no quería tener un hijo, tuve suerte porque tenía dinero». Querida, eras muy joven para ser madre pero no para copular o llámalo como te dé la gana. La consecuencia de eso puede ser la maternidad, si no querías tener hijos haber puesto los medios, pero no nos vengas, aprovechando tu fama de actriz y de progre, con esta ironía. Tu madre te tuvo muy joven y su carrera continuó viento en popa. Si le hubiera dado por abortarte, que gran actriz se hubiera perdido la escena española.

El remate lo hace la señorita Dicenta, restregándonos por los morros: «Tuve suerte porque tenía dinero». Abortar no es una suerte, mona. Abortar no es cuestión de dinero. El aborto es una forma de violencia que se ejerce sobre un ser desprotegido. No se puede clamar por salvar a ciertas especies animales, algunas en posible peligro de extinción, y alegremente se intente acabar con la especie humana por esa vía, que es una vía infame y dolorosa. Con lo necesitada que está España de nuevos españoles. Lo de Natalia Dicenta es en realidad una conducta sexual irresponsable con resultado de muerte para una criatura que no tenía la culpa de nada. Y aunque ella no lo vea así, se procuró una solución machista. De reflexionar un poco, a una feminista recalcitrante como ella le tiene que sentar como una patada en el culo. Menos armar alboroto contra la guerra, todas las guerras que se llevan por delante a tantos niños inocentes, y más clamar por esas vidas que se pierden absurdamente en la guerra del aborto. Vidas que tienen derecho a vivir todos aquellos a los que se les niega. Si pudieran votar, a buen seguro se les protegería con verdadera fruición. Pero es que si pudieran votar, mandaban a hacer puñetas a toda esta progresía de pacotilla, porque, luego, para según qué cuestiones, son de un conservador, que asusta. Me quedo con aquella frase del profesor Jesús Poveda: «Un ecologista salva un huevo y es un héroe. Un pro vida es un fanático. Algo falla». Desde luego que algo falla.