No ha podido tener mejor comienzo la VIII Legislatura. Al aplaudido discurso de la nueva presidenta de las Cortes el pasado martes se une el principio del fin de un periodo de distanciamiento entre Juan Vicente Herrera y Óscar López que deberá materializarse en el tiempo en la búsqueda del consenso en aquellas cuestiones de Comunidad. La convocatoria de Josefa García Cirac al trabajo en común con el único objetivo de impulsar el bienestar del conjunto de la sociedad de Castilla y León, especialmente el de quienes no tienen trabajo, merece no sólo ese aplauso general sino la puesta en marcha de políticas reales para que esa hoja de ruta que ha marcado la segunda autoridad de la región se vea cumplida con el razonable paso del tiempo. Y para ello era y es preciso que los dos principales dirigentes de la Comunidad recobraran su relación institucional y personal y se volvieran a levantar los puentes caídos.

Pero en el hemiciclo son varias las cosas que deberían cambiar para que esos loables propósitos conciten primero el interés de todas sus señorías y después el de la ciudadanía, la verdadera razón de ser del quehacer político. Pero la experiencia de estos años demuestra que, pese al acreditado esfuerzo de unos y otros, muchos de los debates parlamentarios no han suscitado el interés de la sociedad. Y esto sucede porque no son los debates de la calle, ni los asuntos que preocupan a la inmensa mayoría de la gente. Para que el cubo de alabastro que corona el hemiciclo sea la caja de resonancia de las inquietudes, de los anhelos y de los problemas de los castellanos y leoneses habría que evitar las discusiones estériles en las que la razón no se impone a fuerza de repetir un mismo argumento. Tampoco conectan con el sentir de las personas los planteamientos que se basan exclusivamente en posicionamientos partidistas y donde la pelota suele ir de Valladolid a Madrid y viceversa sin ninguna parada intermedia. Y ni que decir tiene la necesidad de adaptar el lenguaje que emplean muchos procuradores, que ni siquiera entienden sus propios compañeros de bancada, tal y como confiesan en los pasillos de las Cortes al término de no pocas comisiones. Como a Sancho Panza, hay que recordar a sus señorías que el arte de la política es entender los problemas de los demás y hacerse entender. Y para ello hay que utilizar un lenguaje que conecte con la gente, llamando al pan pan, y al vino, vino, evitando frases esotéricas y vacías. Si el problema mayor que tenemos es el desempleo, como así es, habrá que arremangarse en la búsqueda de soluciones más que arrojar piedras contra el tejado ajeno. El conocido «y tú más» no tiene ya sentido en el difícil contexto que vivimos. Como tampoco tiene un pase aceptar retrasos de hasta un año para hacer efectivas las comparencias solicitadas a sus señorías. Eso tiene el nombre que se le quiera dar, pero no es conectar con la realidad de la calle ni con las preocupaciones de los ciudadanos, que por desgracia no entienden de demoras.

«Hemos de ser conscientes de que en política no todo vale, estamos aquí para trabajar por los demás con generosidad…», advertía García Cirac en su discurso como presidenta del Legislativo autonómico. Y no le falta razón, porque la regeneración política es esencial para la recuperación de la confianza de los ciudadanos en sus representantes públicos. El trabajo político es, ciertamente, loable, pero son los políticos los que hacen con sus actos y palabras que a veces no lo sea tanto.

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