Confieso que soy una apasionada del jazz. Me encanta esta forma musical que revaloriza la improvisación. Me gusta el ambiente que rodea al jazz. Cuantas veces me he perdido en Vitoria, en el Festival que, desde su creación, en el año 1977, no deja de sorprendernos a los amantes de esta forma de música tan particular. Este año, del 10 al 16 de julio los entusiastas del jazz volveremos a tener una cita, esta vez con Marcus Miller, Jaime Cullum, Rubén Blades y Herbie Hankock entre otros. Tiene que ser una gozada. Aunque el pasado viernes descubrí que no tengo por qué desplazarme a la capital de Álava para escuchar jazz del bueno.

El pasado viernes descubrí a un grupo con denominación de origen zamorana que nada tiene que envidiar a los mejores porque, a la calidad de los instrumentistas, hay que añadir la calidez en su forma de tocar y de sentir el jazz que te atrapa de inmediato y te sumerge en el reino del jazz. Se trata de un trío de jóvenes que juntos se hacen llamar «Funkele» y por separado, responden a los nombres de: Diego Rojo, Jesús Santiso y Fran Díez. ¡Son buenísimos! Su forma de tocar es diferente y juntos hacen un jazz único. Stan Getz se emocionaría escuchándoles y Astrud Gilberto estaría dispuesta, no a prestarles, sino a regalarles su voz de los mejores tiempos, porque debe ser una auténtica gozada cantar y tocar con ellos. De hecho es una gozada escucharles.

Funkele es un descubrimiento que merece la pena promocionar y que a poco que dejemos de infravalorar lo nuestro nos daremos cuenta de que no hay que ir a buscar fuera lo malo, teniendo lo que tenemos dentro y tan bueno. Si los encargados de hacer las fiestas en la ciudad y en el resto de localidades de nuestra provincia tienen un poco de sensibilidad y apuestan por defender y promocionar el producto interior, están en la obligación de tener presente a este trío extraordinario. Mis palabras a lo mejor no tienen el peso específico necesario. Pero es que conmigo se encontraba uno de los mejores críticos de jazz europeo, cuyo nombre no tengo permiso para desvelar, y coincidimos en este cúmulo de apreciaciones que no son personales sino más bien universales.

Lo bueno se escucha con deleite. De lo malo se huye. Y escuchar a Funkele es deleitarse con su elegancia que destaca junto a su calidad y calidez, y transportarse de inmediato a Nueva Orleans que, mientras nadie diga lo contrario, es la cuna del jazz, y encontrarse allí con MacLaughlin, Corea, Amstrong, Coltrane, Coleman, y con ellos, Rojo, Santiso y Díez o lo que es igual, Funkele. El señorío llevado al jazz. Con qué finura tratan su repertorio, extenso donde los haya. Confieso abiertamente que me he enamorado de la forma de hacer jazz del bueno, de este grupo zamorano de exótico nombre al que estamos en la obligación de arropar, como arropamos con nuestro apoyo y, fundamentalmente el institucional, las tradiciones y costumbres mejores de Zamora. Algo de tradición jazzística existe en nuestra ciudad, alimentémosla dándole el lugar que le corresponde a este trío singular, y yo me atrevería a decir que único en elegancia, en calidad, en finura y en calidez: Funkele. Me declaro fan de este grupo. Desde el pasado viernes, el número de sus seguidores ha aumentado considerablemente. Por algo será.