Aunque por aquí no lo parezca, hoy es domingo de elecciones. Sí, sólo en Galicia y en el País Vasco. Pero ya saben que las llamadas autonomías históricas tienen estas cosas: ya antes de abrirse la campaña electoral oficial, los telediarios, las radios y los periódicos nacionales no hablaban de otra cosa. Estamos lejos de saber si nuestra comunidad autónoma, Castilla y León por nombre, tendría ésta o parecida capacidad de convocatoria mediática en el supuesto de que sus elecciones no coincidiesen, como ahora, con las de otras trece o catorce comunidades y con los comicios municipales en toda España. A lo peor ahí está una de las explicaciones de que en el resto del Estado casi nos ignoren; de que más allá de nuestras fronteras regionales y hasta en las altas esferas del Gobierno se hagan un lío con las dos Castillas, con nuestra Junta y con la Junta de Comunidades manchega; de que allende el Padornelo o del río Jalón nadie sepa el nombre de nuestro presidente autonómico? mientras para nosotros, para los leoneses y castellanos, los Ibarreche, Montilla, Pachi López, Pérez Touriño, Núñez Feijóo y compañía sean ya como de la familia.

Admito que en el supuesto del País Vasco este protagonismo electoral nacional esté siempre más o menos justificado por las especiales condiciones de violencia en las que se mueve esa sociedad y por el radicalismo de su nacionalismo. Y aun fuera de ese contexto, en esta ocasión su jornada electoral tiene ganado un plus de atención especial por aquello de que, por primera vez en decenios, hay una posibilidad clara de que los nacionalistas tengan que recoger los bártulos después de 30 años subidos en el machito del Gobierno? si es que las llamadas fuerzas constitucionalistas (PSOE y PP) logran sumar la mayoría absoluta y después entenderse. Y me dirán los discrepantes con mis digresiones que en Galicia también, que se merecen estar en el candelero nacional porque allí las espadas están en todo lo alto, ya que todas las prospecciones apuntan a que tanto el PP como la alianza entre socialistas y nacionalistas están al borde de la mayoría absoluta, o sea, como hace cuatro años, cuando la batalla se decidió por un solo escaño. Pues vale. Es verdad que tampoco en Castilla y León hemos podido disfrutar de un suspense parecido en toda su reciente historia.

Pero al margen de esas consideraciones, que serían gancho suficiente para quienes incluso la política autonómica tiene su atractivo, este domingo electoral con el que abrimos marzo tiene un indudable interés si queremos hacer una lectura nacional de los resultados. Sobre todo de los que obtenga el PP, por supuesto, que se presenta ante las urnas por primera vez con el nuevo "modelo Rajoy" salido de una renovación interna del partido bastante considerable. Una transformación que ha sido evidente en el mensaje, mucho más moderado, tanto en Galicia como en el País Vasco y a pesar de las estridencias de algún personaje local, pero también en la elección de los candidatos a presidir ambas comunidades, los inmaculados Núñez Feijóo y Basagoiti, y en la "barrida" que ha hecho durante la campaña de pesos pesados tan "históricos" como Aznar, Mayor Oreja o casi del mismísimo Fraga, a los que no se les ha visto el pelo en los actos públicos. Y todo eso, con el lastre añadido de la "operación Garzón", que ha puesto al PP en el punto de mira de la corrupción, justo cuando está en la encrucijada de su nueva etapa, aunque al final el caso judicial pueda quedarse en nada. En conjunto, son ingredientes bastantes para que desde fuera o desde lejos, nos tomemos esta jornada electoral como un aperitivo de cara a las próximas elecciones generales, por lejanas que nos parezcan.