Con el último concierto del Pórtico de Zamora se hizo la locura en San Cipriano. Una locura de amor plenamente barroca, en la que el público fue invitado desde el primer momento a participar de la esencia: disfrutar de la paradoja de amar para, inevitablemente, sufrir, pero sin olvidar dar las gracias por seguir enamorado. La Galanía es una agrupación joven, pero su trabajo viene dando frutos desde hace tiempo. No cabe duda de que la receta de su éxito es la autenticidad plena al personificar los vaivenes de un relato (la historia de Marizápalos o la de Eraclito amoroso) o al compartir cómo una emoción pura -un «afecto», tal y como se llamaban entonces- se transforma en obra musical y cobra una nueva vida, tal y como sucede en «Yo soy la locura», «La ausencia» o «Vuestra belleza». Es inevitable olvidarse de todo y dejarse mecer por la voz de Raquel Andueza hasta sumirse en un sueño infantil (Figlio dormi), despertar dulcemente dolorido ante la muerte de amor de la que habla la música de Ferrari, Monteverdi o Lully, o verse abocado al abismo de la desesperación del abandonado (Son ruinato, de Ferrari). Las grandes pasiones -amor, rabia, languidez y melancolía- son el fuerte de Andueza, más que los sentimientos inciertos o inseguros. Su dicción es tan perfecta que se podría copiar el concierto entero al dictado, pero lo que la hace única es que cada palabra transmite al oyente su contenido emocional de forma plena. No cabe duda de que es la reina de un conjunto en el que la comunicación -ya sea entre los mástiles de tiorba y guitarra o de cualquiera de los instrumentistas a la voz- parte siempre de una sonrisa. Esa cordialidad camerística se oye también cuando el rasgueo de Pierre Pitzl roba justamente protagonismo a la parte vocal, o Jesús Fernández arranca un profundo grave que realza el afecto requerido. Mientras los ecos de los generosos, entusiasmados aplausos aún resuenan en San Cipriano (y que fueron premiados con una primicia que La Galanía recogerá en su próximo disco), no cabe sino lamentar una vez más que todas las instituciones zamoranas sigan dando estúpidamente la espalda a la que, sin duda, es la cita cultural más grande de su ciudad, aunque algunos no sepan o no quieran reconocerlo.