Da gusto ver -sentir, oler, disfrutar- los pueblos zamoranos en verano, sobre todo en el mes de agosto. Asociaciones culturales, ayuntamientos, colectivos varios se echan al ruedo y escenifican programas culturales y de ocio a diestro y siniestro. Un mes al año el ámbito rural revive, se oxigena, deja notar sus reales, demuestra que está vivo. El resto del año es otra cosa, pura depresión.

Tantas actividades se programan en agosto que, en algunos casos, es difícil disfrutarlas todas porque se apelotonan, se cruzan en el calendario. "Lo que organizan en el pueblo de al lado es interesante pero no puedo ir porque coincide con lo que hacen en el mío". Y aún más, hay municipios que cuentan con varias asociaciones que, vaya por Dios, organizan programas que cabalgan unos sobre otros, a la carrera. Hay exceso de actividad en un mes, precisamente en lugares que están el resto del año parados.

Abunda también otra incongruencia y es que como todo en esta vida esta politizado ("siglarizado", mejor dicho) pues la programación cultural sirve también para reivindicar una posición. Y donde hay varias asociaciones, desgraciadamente la mayoría "muy partidizadas" por sus dirigentes, pues se usan las actividades como martillo pilón.

Las programaciones culturales de agosto que deberían servir para unir, divertir y disfrutar, se convierten en muchos casos en motivo de discordia, casi siempre por el juego de egos o intereses partidistas de muchos directivos.

Por eso, si empecé este suelto escribiendo del gusto que dan los pueblos en verano, lo acabó matizando: es una maravilla vivir en ellos en estío, pero sería la releche si no hubiera tanta podredumbre espiritual y cortedad de miras.