"Siempre impresionaba. Se veía la metralla, balas, luces de bengala. Eran habituales las ráfagas nocturnas y las balas perdidas. Pero nuestra labor era solidaria. Medicina y atención sanitaria para la población civil". Solo quedan unos meses para que se cumplan 40 años del final de la guerra de Vietnam. España también estuvo allí, con sanitarios militares que contribuyeron con su ayuda humanitaria en aquel escenario del Sudeste Asiático. Uno de ellos fue Francisco Faúndez, nacido en la localidad zamorana de Marquiz de Alba y que ahora rememora una aventura que se extendió durante un año, desde septiembre de 1966.

Un viaje lejano con documentos que reflejan su pasado sobre la mesa. Medallas y condecoraciones que evidencian su solidaridad con un pueblo, acompañados de recuerdos intangibles de un tiempo anterior rodeado de medicina general en los boxes de un pequeño hospital tocado por la guerra. Un hecho que forma parte de la historia de uno de los conflictos bélicos más traumáticos para la sociedad mundial, especialmente la americana y la vietnamita.

Con 80 años, pero con una salud de roble, el coronel Faúndez relata esos doce meses en los que formó parte del primer contingente. En total, una docena de sanitarios militares a la que siguió dos relevos. El médico zamorano formó parte de una expedición en Go Congo, en el delta del Mekong, donde contribuía con la gestión de un pequeño hospital comarcal para atender a la población civil. De esta forma y de manera confidencial, España participó en un conflicto bélico librado entre 1959 y 1975 para impedir la reunificación de Vietnam bajo un gobierno comunista.

"Tras llegar allí, teníamos un hospital con tres pabellones de una planta. Contaba con varios servicios, incluida la cirugía. Todos los enfermos asistidos eran civiles, aunque a veces tratábamos algún combatiente del Vietcong capturado por los americanos", recuerda Faúndez, que se encargaba de la medicina general y las consultas externas. Sentado en el sofá de su vivienda en Madrid, narra la historia de un emocionante caso cuando atendió a un herido prisionero con una complicación de tétano. "Le curamos y apareció su hermano, que era ciego. Se sentaron en la cama, de espaldas uno a otro, contando algo que nosotros no entendíamos y llorando. De repente, el silencio", relata emocionado. Finalmente, se curó tras 20 días de tratamiento.

A modo de símil con la película M.A.S.H., el trabajo de los españoles en Go Congo, ciudad de 10.000 habitantes de Vietnam del Sur, fue lo más parecido al reconocido film de Robert Altman, estrenado en 1970. Con 900 dólares en el bolsillo, hacia allí se dirigió el equipo en el que se encontraba Faúndez. Desde Madrid partieron el 6 de septiembre para hacer escala, en un viaje interminable, en Roma, Beirut, Calcuta y Bangkok y, finalmente Saigon, actual Ho Chi Minh, la ciudad más grande de Vietnam.

La petición confidencial de voluntarios le sorprendió como jefe de sanidad de la Agrupación de Tropas Nómadas del Sáhara en la ciudad de Smara, cuando el mando buscaba militares con experiencia fuera de la Península para una misión humanitaria, para la que Estados Unidos había solicitado ayuda a España.

Al llegar al aeropuerto de Saigon, muy cerca ya de su destino final, un estadounidense invitó a los españoles a subirse a un autobús y un rato después preguntó: "¿Cuánto tiempo estarán aquí?" Los médicos nacionales le respondieron que un año. Sonrió antes de decir: "Está bien, regresarán seis". Esto les inquietó, pero por fortuna volvieron todos. Faúndez rememora que en esa gran ciudad los ruidos de bombas eran continuos, acompañados de destrozos. "Eso nos metió el miedo en el cuerpo nada más llegar, pero teníamos una misión", explica.

El clima húmedo y pegajoso de Go Congo daba lugar a cefaleas si no se protegía la cabeza del sol. Cuenta el médico zamorano que por las noches se cubrían las camas con mosquiteras. La fortuna les puso a su disposición a un sorprendente amigo: un pequeño lagarto, denominado "raco", que trepaba a sus anchas por las paredes. "Era un aliado inestimable en la lucha contra el mosquito", abunda Faúndez.

En Go Congo, los médicos españoles fueron alojados en un palacete de la época colonial, de estilo francés, que evidenciaba una huella gala anterior. Disponía de un aljibe para recoger el agua. "Me prestaron un filtro de diatomeas que se habían dejado allí los franceses. Potabilizaba el agua que los americanos nos daban, que estaba muy pasada de cloro y sedimentos", recuerda Faúndez, quien admite que el Ejército americano también les facilitaba vehículos, combustible, reparaciones, alimentos y documentación personal para acceso a todas sus dependencias, viajes de servicio o de permiso a Saigon, así como alguno puntual que permitían para turismo. Faúndez eligió Japón.

Las calles y alrededores de la ciudad eran objeto, generalmente de madrugada, de ráfagas que, "con la oscuridad y vegetación", no eran fáciles de identificar en su procedencia y sembraban bastante inquietud". Por ello, Faúndez siempre colocaba su armario de hierro delante de la ventana para evitar la metralla que procedía de los conflictos nocturnos.

Ataques que nunca buscaban afectar a los españoles, a los que la población (un 70 por ciento en esa zona era provietcong) apreciaba por su trabajo e identificaba perfectamente, pues vestían los mismos uniformes que los americanos utilizaban "para moverse por la jungla", pero con una divisa con los colores de la bandera española.

Pero donde desarrollaban principalmente su vida los integrantes españoles era en el hospital comarcal de Go Congo, en el que existían muchas limitaciones de medios. "A veces, hasta dos pacientes en una cama y sin agua corriente en las salas...", recapitula Faúndez junto a un elocuente gesto de negación.

Pero el trabajo sanitario no solo se desarrollaba entre las paredes del hospital. En una guerra en el que soldados vietnamitas y aliados no dominaban más allá del terreno que pisaban por la espesa vegetación y las dificultades orográficas, los acuerdos incluían salidas a cuatro distritos, algunas veces comandados por Faúndez en turno con los compañeros. Las visitas del grupo de médicos estaban precedidas de una limpieza previa de las minas que el Vietcong había colocado la noche anterior en la carretera.

"En el viaje, con el jeep a gran velocidad y un casco en la cabeza, no se podía uno fiar de un aparente campesino con una azada en un arrozal porque se daba la vuelta y disparaba", relata. Junto a ellos, siempre su inseparable intérprete Baltasar, de nacionalidad filipina y origen sefardí.

Faúndez y el resto de sanitarios españoles trataron enfermedades poco corrientes en occidente: paludismo con cuadros gravísimos de afectación cerebral, leishmaniasis (úlceras cutáneas e inflamación grave del hígado y del bazo), parasitosis e infecciones intestinales, tuberculosis crónicas, desnutrición, conjuntivitis purulentas, gangrenas y tétanos, "muchos tétanos...".

La relación con la población civil siempre fue muy buena. Faúndez no podrá olvidar, ejemplo de ello, una ocasión en la que llegó a la casa el hijo de una mujer al que había atendido en el hospital: "Nos regaló una botella de whisky como agradecimiento, que allí era algo de mucho dinero", rememora con una sonrisa de oreja a oreja.

Los miembros del equipo español fueron condecorados por su actuación durante la misión con la Medalla de la Campaña por el jefe del Estado Mayor conjunto, general y Ministerio de Defensa, Cao Van Bien, y con la Medalla de Honor de primera clase por el teniente general presidente del Free World Tran, N. Goc Tam. Enseñas que guarda Faúndez como oro en paño. Al volver del país asiático, el militar natural de Marquiz de Alba deshizo la maleta. Contaba con casi 34 años.