Once horas de rodaje, 75 personas, cientos de kilos de equipos, los establecimientos hosteleros de Requejo y alguno de Puebla al completo, y un día de trabajo para un numeroso grupo de personas de la zona, entre conductores y porteadores. Solo la preparación movilizó a medio centenar de personas, sin contar los actores y todo el equipo propiamente técnico. Así se resume la jornada de grabación en el bosque del Tejedelo de la coproducción hispanobelga "Lobos sucios" del director Simón Casal de Miguel. Producida por Agalla Films y Arrayás Producciones, cuenta con una de las mayores financiaciones aprobadas por el Instituto Cinematográfico de las Artes Audiovisuales (ICAA) en 2014. El director resaltaba que el ICAA apoya tanto películas comerciales como "películas como la nuestra, que reúne valores culturales, que recuperan una historia de España y de Galicia que no está contada".

"Lobos sucios" recrea personajes e historias reales que ocurrieron en las minas gallegas de wolframio, convertidas también cárceles, que el gobierno español permitió explotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial mientras los espías aliados trataban de sabotearlas por todos los medios.

La película recrea la historia de Manuela, una madre minera considerada medio bruja, encarnada por Marian Álvarez, y su hermana pequeña interpretada por la actriz Manuela Vellés, que trabajan en una mina de wolframio gallega explotada por los nazis, representativa de la zona minera orensana de Casaio. Las dos mujeres mineras se suman a un "golpe" para tratar de curar a la hija enferma de Manuela.

En clave gallega "es un reconocimiento a las mujeres fuertes, independientes que han tenido que cargar con todo a sus espaldas y han salido adelante con mucha valentía y pasando épocas muy duras". El rodaje en tierras sanabresas contó con el aliciente de los actores principales del reparto, la madrileña Marián Álvarez y el francoalemán Pierre Kiwitt.

La protagonista Manuela, que encarna Marian Álvarez, mantiene una relación especial con un bosque ubicado en la zona minera de Casayo. El Tejedelo "es el bosque que más nos gustó para grabar estas escenas de Manuela en el bosque y otros personajes que intervienen en la película" precisaba el director respecto a esta localización, que se sale de la comunidad gallega pero que conserva concomitancias culturales evidentes.

El trabajo comenzó a la seis de la mañana del pasado y frío miércoles, con el desplazamiento de todo un estudio de cine a un paraje boscoso con tejos de millar de años de antigüedad. Un traslado azaroso por la pista de cuatro kilómetros, entre Padornelo y Requejo, que movilizó a una decena de todoterrenos de la zona. Vehículos y chóferes fueron contratados para transportar los enseres, desde carpas hasta el maquillaje. Esa fue la parte teóricamente fácil de mover: la logística, sonido, imagen, vestuario, dirección, producción, etc.

Más aguerrido resultó sortear a pie algo más de un kilómetro de senda con todos los bultos al hombro, labor que realizaron un treintena de vigorosas personas contratadas en Requejo, Puebla de Sanabria, San Martín de Terroso, Asturianos, Muelas de los Caballeros e incluso de Zamora. Además de los equipos había que subir a los actores, los maquilladores, el atrezzo, baterías, combustible, cañones de calor y hasta un can actor con su entrenador y su veterinaria. Al final de la senda aguardaba con todo su encanto el decorado paisajístico y mágico deseado para el rodaje: un bosque de impresionantes tejos.

Con la supervisión de agentes de la Guardería Medio Ambiental de la Junta de Castilla y León, que autorizó el uso excepcional del paraje, se supervisó que el bosque no se resintiera de este despliegue humano y material. Incluso se subieron cubos de basura para no dejar ningún residuo en el paraje. A primera hora de ayer la Guardería daba el visto bueno al estado de normalidad del bosque, y así lo trasladaba el alcalde de Requejo, Santiago Cerviño.

El inigualable encuadre fotográfico no se lo puso fácil a los actores por las bajas temperaturas, la humedad, y hasta los regueros de agua que se filtraron en alguna que otra escena. La lluvia se contuvo.

Los protagonistas Marián Álvarez -premio Goya 2014- y Pierre Kiwitt dan vida a una particular "love story", como narran las crónicas de cine. Con casi un metro noventa de estatura y debidamente caracterizado, el actor francoalemán se mostró simpático y cercano siempre que estuvo fuera del papel.

Marián Álvarez, por su parte, intentó combatir el rigor de la temperatura vestida a la gallega -equiparable a una sanabresa- de negro de arriba abajo, un recogido en el pelo y unos cholos de época que intercambiaba por unas cómodas zapatillas deportivas cuando no actuaba.

El caballero rodó en unas secuencias arremangado y sin pasar frío, como buen centroeuropeo, y en otras con abrigo, esvástica incluida en la solapa. Antes del almuerzo un perro salió a escena, una actuación breve, que no se puede relatar, con el germanoparlante de compañero. Fue tan llamativo como sorprendente el abanico de lenguas utilizadas entre los tejos, desde el castellano, al gallego, pasando por catalán, inglés, alemán e italiano, un pupurri idiomático para una verdadera coproducción.

Para sanabreses y carballeses contratados puntualmente están igualmente encantados de participar "en una experiencia nueva". La jornada de trabajo fue larga, hasta las once de la noche.

Casi a las ocho de la tarde el foco natural se agotaba y dejaba en negro la única jornada de filmación en tierras sanabresas.

Entre las curiosidades del rodaje resaltar el empleo de la botella de vino -toro por el color- para simular la sangre, el caldo servido en vaso o el uso de grosellas simulando las frutas del tejo, y algún hada en las ramas cuyo misterio habrá que ver en las pantallas, en Verín o en Zamora, donde están los cines más cercanos. Llamativo también fue el silencio sepulcral imperante cuando se grababa sonido, con casi un centenar de personas revoloteando por el bosque, solo roto por el "motor" y "corten" del regidor. Una vez finalizado el papel de los actores entraban a escena los porteadores, bromeaban al denominarse a sí mismos serpas, para "restaurar" la normalidad en el Tejedelo con la retirada de todos los elementos que se habían desplazado montaña arriba.

Once horas de rodaje "que serán cuatro minutos en la pantalla", como resumió el director antes de concluir el tiempo de un trabajo de película.