«¿Qué delito cometió mi abuelo?» Por más que busca una respuesta, Andrés Aliste no encuentra explicación a la absurda muerte de Andrés Aliste Domínguez, natural de Nuez, el 19 diciembre de 1936. El entonces gobernador civil, Raimundo Hernández Comes firmó la orden para que fueran entregados «los detenidos que se encuentran a mi disposición». Y así consta en el documento que este maestro alistano conserva entre la abundante documentación recopilada en busca de respuestas. Junto a Aliste corrieron la misma suerte Valeriano Gago, Adoración Méndez y María de la Rúa.

Andrés Nieto reacciona con rabia cuando se cuestiona la responsabilidad del gobernador civil en muertes acaecidas tras el levantamiento militar del 18 de julio de 1936. «Mi abuelo y Valeriano llevaban más de diez días detenidos; Adoración y María, de Cañizo, no estuvieron más de dos» cuenta, avalado por una exhaustiva investigación que comenzó hace años. «Si el gobernador civil no se enteraba de lo que firmaba es que era un inepto porque solo hay que ir al periódico de la época y comprobar la incesante sangría de personas que fueron ejecutadas».

Intrigado por los ecos y comentarios que a hurtadillas se escapaban en las cocinas, Andrés Aliste siempre quiso saber qué había pasado con su abuelo paterno; qué había llevado a destrozar a una familia, dejando dos huérfanos, un niño de cinco años (su padre) y una de dos; y una viuda que, incapaz de soportar el dolor, se marchó a Argentina «y no supe nada más de ella».

Con el paso de los años «me entró tal desazón que empecé a investigar todas las tardes». No fue fácil digerir el alcance de la locura y la sinrazón. Los datos que iba descubriendo le resultaban tan dolorosos que hubo de buscar una vía de escape; «necesitaba machacarme y empecé a correr».

Andrés no cejó en su empeño de saber qué había hecho aquel hombre para pagar tal castigo con su vida. «No me movía venganza ninguna, solo el afán de saber, averiguar y localizar su cuerpo para enterrarlo dignamente». No ha podido ser, hasta ahora, aunque los intentos han sobrado. Ya en año 77 osó, junto a su primo Blas, presentar un escrito en el Gobierno Militar de la zona pidiendo información sobre su abuelo. «¡Cómo se nos ocurriría entonces esa locura!» se pregunta hoy.

Pero desde aquello este maestro no paró de indagar en la suerte de Andrés Aliste Domínguez, quien hacia 1930 se había marchado a Argentina huyendo de la penuria para volver tres años antes de la guerra. Cuando retornó a su pueblo ya no era el mismo; «ya no iba tanto a misa, había visto mundo y el cura ya no le veía igual». Andrés nieto no encuentra otro argumento que aquella transformación personal en un hombre que por primera vez había conocido mundo para que el 8 de diciembre del 36 fuera detenido y conducido diez días después a la prisión de Bermillo mediante una orden de traslado sin número. «Hay estudiosos que sostienen que cuando no lo tenía era porque se trataba de una orden de ejecución».

Y así lo avalaría el documento del Gobierno Civil. «Entiendo que su familia pueda salir en su defensa pero no vale escudarse en que cumplía órdenes, él era el máximo responsable de las decisiones que se tomaban en Zamora» reflexiona Andrés Aliste en respuesta a una carta en defensa de la memoria del coronel Hernández Comes.

Este maestro alistano ha recopilado abundante documentación sobre los trágicos primeros meses de la Guerra Civil. Antonio Pertejo y Manuel Antón fusilados el 6 de agosto. Antonio Silván de Sanabria o Andrés Guarido, vecino de Nuez, chófer del médico Dacio Crespo. O los hermanos Juan (maestro) y José Fernández, detenidos en Portugal cuando intentaban huir. A Miguel Fernández, el padre, le embargaron animales -una vaca "Cereza", un burro de ocho meses o una cerda blanca-, muebles y hasta un «peligroso» diccionario de Lengua Española o un quinqué de petróleo. Detrás, gestos de dignidad. A Andrés Aliste siempre le llamó la atención el título de «Maestro de la República» que siempre colgó con orgullo en su carnicería otro hermano de los fusilados.

El 26 de septiembre Cayetano y Juan Lafuente. «Y mira cómo celebraron la Nochevieja: el 31 de diciembre fueron fusiladas más de 30 personas. ¿Es posible que un señor no fuera consciente de esto?». Lorenzo Almaraz, Isaac Vega, Antonio Moreno, Eusebio Fagúndez, Eusebio Fernández, Francisco Ballesteros, Ayuso Escudero, Felipe Anciones?

A Andrés todavía le tiembla la voz mientras pasa las hojas de un historial macabro. Valentín Ferrero, maestro, hijo del maestro del hospicio que también fue ejecutado y hermano de José Ferrero, también maestro. «Hay historias increíbles como la de esta familia Ferrero, pues también fue ejecutado el suegro, la madre encarcelada y el hermano pequeño, Ursicino, sometido a consejo de guerra y condenado a muerte, aunque finalmente lo perdonaron». Antonio Garrote, Higinio Merino, Amparo Barayón, Arturo Alonso, Trinidad Esteban, María Salgado, los hermanos Manjón?

Después esos casos de personas que tuvieron un simulacro de juicio. «A un grupo de Moraleja les condenan a diez, doce o veinte años; el resultado, sacados de la cárcel y fusilados. O en Torres del Carrizal, donde Antonio Cereceda y trece más son juzgados y condenados; Cereceda es condenado a muerte y el resto a diversas penas. Pues bien, al final todos fallecieron el 11 de diciembre». Las preguntas no cesan en la mente de este maestro. «¿Cómo es posible que personas que eran juzgadas, no vamos a entrar en cómo, y condenadas a años de cárcel, a los cinco o seis días fueran ejecutadas?».

«¿Qué humanidad puede tener un gobernador que permite que mujeres embarazadas sean sacadas por la noche y fusiladas o madres separadas de sus niños recién nacidos para ser ejecutadas. Ahora podemos echar la culpa a Mariscal, a Viloria a "la hiena" (nombre con el que se conocía a una carcelera) porque los psicópatas apretaban el gatillo, pero detrás había alguien que permitía, fomentaba y alentaba». (Antonio Hernández, pariente de Hernández Comes sostiene en un artículo publicado en este diario que el coronel «vivió una época convulsa y desquiciada y tuvo que asumir las responsabilidades que su cargo le impuso por obediencia debida»...).

Entre la abundante documentación recopilada figuran casos espeluznantes como el de un chico «de veintipocos años» que, trabajando en una panadería, sale a fumar un cigarro por la noche, se le acerca alguien y se ponen a hablar. «El chico dijo a ver cuándo termina la guerra de una vez y el otro contesta por qué, ya está bien, vamos a pasar hambre, dijo el chaval. Una charla normal. A la hora llega ese señor con su uniforme, se llevan al chico, lo juzgan y lo condenan a seis años por apología de la revolución. A los dos días lo matan».

Leyendo la carta en defensa de Hernández Comes a Andrés Aliste se le vino a la cabeza una frase de Onetti: «? Cualquier imbécil puede retorcer los alambres del recuerdo, darle formas bonitas, colores adecuados, plantarlos encima de un mueble o una charla...».