Ribadelago evocó ayer el 52 aniversario del recuerdo de las 144 personas fallecidas por la rotura de la presa de Vega de Tera. Lo hizo en una ceremonia entrañable y humana a la que asistieron cerca de 60 personas entre vecinos y descendientes del pueblo que apuraban ayer domingo las últimas horas de las vacaciones de invierno.

El sacerdote Don Manuel, de Galende, jubilado desde septiembre y afincado desde hace unos meses en su pueblo natal, confortó ayer el último día de la Navidad a los herederos de la memoria de la catástrofe en una misa que se salió de su rigidez y permitió que la humanidad desbordara el templo. El adorno floral del altar dejó su lugar para la belleza de decenas rostros inmortalizados en las fotos de las víctimas de la riada que perecieron el 9 de enero de 1959, colocadas en pequeños murales y cuadros a los pies de la mesa.

El sacerdote humanizó la figura de un Dios «que nos habla y nos dice la verdad» con un largo sermón que ofició lejos del altar, en el pasillo del templo, cerca de los feligreses, y con la participación de los propios asistentes.

En su homilía hubo recuerdo para todos, fallecidos y supervivientes, y recuerdos personales de un joven estudiante de seminario que en esos años estaba Astorga. Fue gracias a un profesor de San Juan de la Cuesta, José Centeno, que conocieron la noticia de la catástrofe de la rotura de la presa «y fue duro saberlo, fue duro para ustedes y para todo el que tenga un poco de sensibilidad. Todos ustedes fueron testigos de esta experiencia de vida que marca a una persona para toda la vida, pero también marca a todo un pueblo» reflexionó el sacerdote. Un suspiro profundo de una mujer resonó en el templo en medio de esta reflexión.

Don Manuel recalcó que esta situación «no fue un castigo de Dios» y reflexionó de «esa impotencia humana de ver bajar las aguas y no poder hacer nada». Una mujer del pueblo en voz alta añadió que «si la hubieran hecho bien -por la obra de la presa- no hubiera pasado nada. Y don Manuel ahondó que si se hubiera realizado «con sentido de amor y responsabilidad, ya que era una obra para el bien de la sociedad».

El sacerdote recordó la vivencia familiar de su madre que le narraba: «esa noche a la una o las dos de la mañana oí un viento fuerte que me resultó muy raro». Luego los habitantes de Galende conocieron el sentido de ese viento y las consecuencias de la rotura de la presa. El sacerdote reconfortó en el 52 aniversario del recuerdo que «lo más triste es enterrar en el cementerio a una persona y enterrar además su corazón y su mente en un hijo». Recuerdos que ayer seguían vivos en la iglesia de Ribadelago.

Las mujeres del pueblo realizaron las peticiones por todos los familiares y los niños que asistieron a misa subieron al altar para rezar un padre nuestro y repartir la paz entre sus familiares. La misa fue larga pero se pasó con rapidez, incluso el responso final con cuadro en la mano como símbolo de la memoria de los fallecidos.

En los bancos de la Iglesia de Ribadelago se echó en falta la humanidad de las autoridades, excepto los representantes del pueblo.

Por otra parte, en más que un lamentable mal estado estaba ayer el edificio del Antiguo Ayuntamiento de Ribadelago, sobrado de goteras que pendían como la espada de Damocles sobre una pequeña selección de paneles y fotografías del año 59 que ayer pudieron recorrer de nuevo los vecinos del pueblo. Dos años después de la conmemoración del 50 aniversario no hay ni noticias ni museo de la Memoria que iba a albergar la colección de recuerdos.