UPA celebró ayer su congreso provincial que ratificó a Aurelio González como secretario provincial, cargo que alternará con el de máximo responsable regional de esta organización. El sindicalismo agrario provincial volvió a demostrar que, a pesar de todos los pesares, sigue vivo y abierto al debate.

Han cambiado mucho las cosas desde aquellas manifestaciones de los últimos años setenta y primeros de los ochenta. Entonces, el campo se convirtió en la primera fuerza social de la provincia. Con un poder de convocatoria que hizo temblar a los gobernadores civiles, tomó las calles con los tractores y se convirtió en un vendaval reivindicativo. Las tractoradas fueron la cortina que descorrió la fuerza de agricultores y ganaderos.

Alguien dirá "¿y para qué todo aquello?"; "¿para qué los cortes de carretera, los disturbios, las tensiones...?". La respuesta es clara: para que la reconversión agraria que se produjo un poco antes y un poco después del ingreso de España en la UE, no fuera aún peor de lo que fue.

Sin la fuerza sindical de las organizaciones profesionales agrarias el campo hubiera quedado aún más desvalido, más machacado. La agricultura y la ganadería fueron la moneda de cambio que el Gobierno de Felipe González utilizó para pagar los "favores" comunitarios en otros sectores. Y los únicos capaces de frenar la sangría fueron los sindicatos agrarios, con todas sus debilidades y egos, que fueron muchos.

Las organizaciones agrarias siguen vivas -unas más que otras, eso es cierto- y son ya casi los únicos colectivos capaces de arrancar acuerdos a las administraciones a base de presión y presión. No son lo que eran, es verdad, pero mantienen esa capacidad de presión capaz de cambiar las cosas que imponen los que gobiernan.